"Stirrings Still" apareció en el diario británico The Guardian el 3 de marzo de 1989. También hubo una edición limitada de 200 ejemplares (Londres, John Calder) para quienes prefieran pagar el razonable precio de A 1000 en lugar de 30 peniques.
"Stirrings Still" es el último texto que Samuel Beckett publicó en vida. Resulta prácticamente imposible leerlo a otra luz que aquella conferida por el dudoso esplendor de la muerte, las truculentas lentejuelas de quien agoniza a causa de una severa enfermedad respiratoria. Resulta por lo tanto necesario sustraerse a tamaña banalidad, superponer a la interpretación canónica y canonizante un arbitrario fruir: tout le reste n'est point littérature.
Donde digo leer, fruir, quiero que se entienda a los gritos, en voz alta, con ademanes y énfasis capaces de disputar aquello que el texto aparentemente requiere. Porque la prosa de Beckett es para interpretar en el sentido en que un violinista puede elegir interpretar una pieza. John Benville ha encontrado, en un artículo reciente, la comparación irrefutable con que apoyar esta tesis sobre Beckett (irrefutable porque no la sustenta evidencia alguna que no sea "sólo" intuitiva). Se trata de reparar en que el Ulises, e incluso el Finnegans Wake, dependen mucho, como toda la tradición católica, de la topografía, el aspecto de las palabras sobre la página impresa; irlandés protestante, Beckett en cambio es puro sonido, una voz hablando en la cabeza como querían los traductores de la King James Versión. Saith the Preacher. All is vanity.
"Stirrings Still" es para interpretar en voz alta, como quiera que se elija interpretarlo. Entre todas las contribuciones de Noam Chomsky a la Lingüística contemporánea resalta una (obviedad) que jamás antes había sido diagnosticada: las oraciones agramaticales no pueden ser proferidas siguiendo la fácil curva melódica de las que no infringen la gramática. Por eso mismo el texto de Beckett, siempre a punto de caer en lo agramatical, requiere el sonido de una voz humana, la imposición de una melodía.
Y dado que el texto parece cortejar los acentos monocordes de la "poesía después de Auschwitz", sugiero al disciplinado lector la tarea de interpretarlo con masculina histeria, operático exceso.
De todas formas, Godot llega mañana, que es otro día.