El nacimiento de una etiqueta

Como tantas otras cosas en los 60s, son los ingleses quienes revolucionan un género dominado mayormente por los norteamericanos. J. G. Ballard, Michael Moorcock y otros escritores agrupados en la revista New Worlds hacen evidente un malestar que se venía gestando en la ciencia ficción desde fines de los 50: ¿cómo escribir un futuro creíble cuando la realidad nos gana de mano?
Así, focalizan su ficción en el futuro inmediato y en la exploración del espacio interior, las técnicas narrativas se vuelven muchas veces experimentales, los relatos incorporan sexo, experiencias con drogas, mistica oriental, ideas feministas y todo el clima pop de la época.
Y si bien los yanquis responden al malestar y algunos escritores comienzan a transitar el mismo camino que la New Wave inglesa, lo que más ocurre es una huída hacia zonas más confortables y si ya no se puede escribir sobre un futuro creíble, se escribe sobre futuros (o pasados) increíbles. Así, surgen esas largas e interminables sagas ubicadas en tiempos muy lejanos al presente y en mundos completamente diferentes al nuestro. Sí, de la misma manera que en el rock pululaban sinfónicos elfos en la ciencia ficción florecían las castas de tecnoseñores feudales.
Y es este paralelismo con la música popular el que hace que a los escritores que se rebelan contra esta ciencia ficción se los llame cyberpunks. Que es más una etiqueta de marketing para denominar a varios escritores con angustias similares que un auténtico movimiento, pero qué más da.
Los cyberpunks se reconocen herederos directos de J. G. Ballard y Phillip K. Dick, pero también de autores que no pertenecen estrictamente al género, como Thomas Pynchon, con cuya visión coinciden bastante. El regreso a las raíces que los cyberpunks proponen es retomar el rol de la ciencia ficción como espacio para reflexionar la relación del hombre con respecto a la ciencia y tecnología, pero teniendo en cuenta cómo éstas se manifiestan en los tiempos que corren. Ya no se trata de algo que unos pocos iniciados realizan en la marfilesca torre del laboratorio sino de algo que ha invadido la vida cotidiana, que ya no es una herramienta de la cultura hegemónica sino también de los movimientos contraculturales. Con el cyberpunk la ciencia ficción se hace "de la calle", sus historias "sucias", violentas, cercanas al policial negro y transitan una zona ambigua entre la fascinación y el rechazo por las nuevas tecnologías (el tema de la pérdida e invasión por lo cibernético del cuerpo y la mente es lo más notorio de este movimiento). En cierto modo, el cyberpunk cierra el ciclo iniciado con Frankestein: en ambos casos nos encontramos ante un dramático cambio tecnológico (la Revolución Industrial y la Revolución Informática) en los que el ser humano es "redefinido" con relación a la máquina.
Uno de los escritores más emblemáticos de este movimiento (o de este agrupamiento de escritores detrás de una etiqueta de marketing) es William Gibson, y de él vamos a hablar acá.

Crónicas de Chiba City

Gibson aparece en escena con una serie de cuentos luego recopilados en Quemando Cromo pero es con Neuromante, su primera novela, con la que llama la atención (tanto que veinte años después de su publicación sigue siendo su libro más famoso). Y si bien ya habían sido mencionados en algunos de los cuentos, es aquí donde "aparecen por primera vez" el término ciberespacio y unos cuantos artefactos y conceptos más tardes popularizados por el cine (en especial por Matrix, pero también por otros, tampoco hay que darle tanto crédito a los Wachowski). Los dos libros siguientes (Conde Cero y Mona Lisa Acelerada) también se desarrollan en el mismo futuro de Neuromante, un mundo dominado por impersonales corporaciones y organizaciones mafiosas, habitado por personajes lúmpenes que hacen del tráfico de información un modo de vida y todo teñido por elementos de la cultura japonesa.
La impronta tecnológica de estas tres novelas y la invención del ciberespacio (que, Gibson no se cansa de repetir, no es una predicción de Internet) han llevado a la confusión generalizada de que Gibson es un tecnoadicto al tanto de las últimas novedades cibernéticas y que cualquier aparatejo digital lo lleva a un orgásmico nirvana. Nada más errado que esta imagen. No voy a decir que el tipo sea un luddita, aunque él no se cansa de repetir que no tuvo email hasta 1996 y que apenas utiliza Internet, más que nada, para comprar relojes antiguos en subastas electrónicas. Lo que a Gibson le interesa no es la tecnología en sí misma, el funcionamiento de los aparatos, sino los usos que la gente hace de ella (usos que no siempre coinciden con los pensados por el fabricante), los procesos que las nuevas tecnologías producen en los seres humanos. Por decirlo de alguna manera, su mirada es más la de un sociólogo que la de un ingeniero.
Además, a diferencia de los escritores de ciencia ficción tradicionales, él es consciente de que está escribiendo sobre la época actual y no prediciendo el futuro, lo que hace que en su obra haya un importante nivel de ironía ausente en la mayoria de la cf "de anticipación". De hecho, sabe que esa idea, la del escritor prediciendo el futuro, es ridícula. Como dice en un reportaje a Addicted to Noise del 96, "Son muy, muy, muy pocas las cosas que podés encontrar en la ciencia ficción de los últimos cincuenta años que realmente predigan algo parecido al mundo en que vivimos" y, en una entrevista con Larry McCaffery, "Cuando escribo sobre tecnología, escribo sobre cómo ésta ya ha afectado nuestras vidas. (...) Mi propósito no es tanto brindar juicios o predicciones específicas sino encontrar un contexto ficcional adecuado en el cual examinar las muy mezcladas bendiciones de la tecnología".
Porque, si nos abstraemos del argot computacional y los artefactos copados, estas tres novelas hablan de un mundo en que la línea entre lo humano y lo tecnológico se ha borrado y en las que flotan las preguntas "¿Qué es el cuerpo cuando todos tus órganos pueden ser reemplazados?", "¿Qué es el alma (o el Ser) cuando tu persona puede ser conservada digitalmente?".
Como ya dije (porque lo dije dos veces y ahora va la tercera), el cyberpunk era más una etiqueta de marketing para agrupar a algunos escritores que se rebelaban contra la ciencia-ficción convencional de los 70s que un auténtico movimiento, y, como pasa con todas las etiquetas, prende en el inconsciente colectivo y así muy pronto cualquier pedorro que pusiese personajes lúmpenes hablando un argot digital en un mundo transcapitalista podía reclamar el derecho de asignarse el mote (de hecho, Billy Idol llamó Cyberpunk a un álbum que de punk no tenía nada y de cyber ni siquiera eso).
Esto, más el hecho de sentirse haciendo lo que él realmente despreciaba de otros escritores de ciencia ficción (es decir, caer en la pereza de las sagas, reciclando una y otra vez el material original que le produjo éxito), llevó a Gibson a escribir, en 1993, una novela muy diferente, Luz Virtual. Que, ironías del destino, dio origen a su segunda trilogía, tan involuntaria como la primera o más.

Puntos nodales

Para empezar, el futuro que se muestra en Luz Virtual es mucho más cercano (tanto que hoy es casi el presente; si bien no se lo dice en forma explícita, lo que se narra transcurriría en el 2005) y las maravillas tecnológicas no son tan maravillosas ni tan cienciaficcionales (pese a que el paso del tiempo ha refutado su existencia ninguna sería inverosímil en el mundo actual) ni, lo más importante, tan protagonistas. Luz Virtual es una novela policial a la manera de Elmore Leonard en un mundo que, si bien no es el nuestro, se le parece demasiado.
La invención más interesante de Luz Virtual es el puente de la bahía de San Francisco o, mejor dicho, el uso que se hace de este puente. En algún momento previo a la novela (y, al parecer, muy previo) y debido a uno de los terremotos que amenazan a California el puente queda en desuso y en espera de su demolición. Pero una espontánea turba de desposeídos toma el control del puente y se instalan a vivir allí, en un fenómeno social "sin señales, sin líder, sin arquitectos", como le explica Skinner (uno de los pioneros del asentamiento) al antropólogo japonés Yamazaki. Finalmente, esta villa miseria (porque no es otra cosa que una villa miseria, aunque de "sabor california") se convierte en una parte del paisaje urbano tolerado por los ciudadanos "decentes", un lugar "de temer" pero cuya cultura lúmpen fascina por su "exotismo". Sí, quien sienta ecos de cartoneros y de cumbia villera acá no está muy equivocado que digamos.
El argumento, como todos los argumentos de Gibson, es simple y, hasta casi se podía decir, una excusa para poder desarrollar la densa (en todo sentido) atmósfera en la que se mueven los muy interesantes personajes: Chevette Washington, una habitante del puente empleada en una mensajería en bicicleta, luego de realizar una entrega en un edificio de alta categoría se cuela en una fiesta VIP donde un borracho la confunde con una prostituta y trata de propasarse. Chevette se lo saca de encima y, un poco como venganza y otro porque sí nomás, le roba algo que el tipo tiene en su saco. Que resultan ser unos anteojos de luz virtual (un implemento que produce sensaciones ópticas directamente en el ojo sin utilizar fotones) con la información sobre un plan top-secret para reconstruir San Francisco con torres ultramodernas y autosuficientes para las clases ricas y poderosas (sí, si también esto les trae reminiscencias del menemismo tampoco están tan equivocados). Así que los dueños de esos planes mandan a un despiadado asesino, Desamorado, a perseguir a Chevette. Por otro lado, Berry Rydell, un ex-policía y guardia de seguridad en apuros, se consigue una changa ayudando a los detectives que investigan oficialmente el robo de los anteojos. Pero cuando descubre que los policías y el matón están trabajando juntos, Rydell rescata a Chevette y huye con ella. El resto es una típica historia de policial negro, del loser duro pero de buen corazón y la chica marginal tratando de sobrevivir a sus perseguidores haciendo uso de sus contactos dentro y fuera de la ley.
Pero, como dije, el argumento no importa tanto y lo que vale es la atmósfera y la manera en que Gibson nos presenta una galería de personajes, tribus urbanas y comportamientos que a la vez nos resultan extraños y familiares, con un estilo denso en metáforas, vacíos de información y licencias gramaticales. Respecto a esto último, escribe en el blog que llevó durante casi todo 2003: "Algunos se quejan de la cantidad de errores gramaticales en mi ficción... Debo decir que algunos son erratas, otros son elecciones gramaticales poco convencionales por parte del personaje (y estos pueden ser parte del texto, como monólogo interior o como un aspecto del 'Punto de Vista') y el resto son, la mayoría, elecciones estilísticas conscientes y deliberadas que involucran usos poco comunes de la gramática. Supongo que la idea de que un escritor deliberadamente elija 'romper las reglas' desconcertará a algunas personas, y molestará a otras, aunque me es muy difícil imaginar cómo ha de ser el tener esa relación particular con la ficción en prosa. Seguramente hay gente que abandona Neuromancer basándose en que está plagada de oraciones fragmentarias, pero, en cierta manera, las oraciones fragmentarias están allí para asustar a los lectores que no están listos para ellas, y para alentar a aquellos que quieren ver a los límites del lenguaje empujados más allá, con el acelerador al mango... Yo sé escribir en inglés formal sin cometer mayores errores. Pero un personaje como Rydell no piensa en inglés formal, así que cuando estoy en interface con la narrativa a través de la lente de ese personaje no vas a recibir inglés formal. Aunque esto no quiere decir que la voz narrativa más general de cualquiera de los libros soy 'yo'. Si estoy haciendo bien mi trabajo, nunca lo es."
Idoru (1996) no es una continuación de Luz Virtual pero comparte el mismo mundo y algunos personajes (principalmente, el antropólogo Yamazaki) y la comprensión de la novela aumenta un poco si se conoce a su predecesora (y aumenta muchísimo si se la lee en inglés, porque la traducción al castellano es muy torpe). También está estructurada como un thriller, aunque no tan intenso, ya que el foco está puesto más en el tema de la celebridad y el rol de los medios. De hecho, es quizás de todas la más interesante a nivel comunicológico, con muchos fragmentos casi ensayísticos sobre la tecnología digital como objeto de deseo.
El "objeto de deseo" más obvio es la idoru del título. Las idorus, que existen en la realidad nuestra de cada día pero en Japón, son estrellitas de pop adolescente fabricadas en masa y absolutamente descartables, en las que las voces pueden o no pertenecer a quien aparece poniendo su bello rostro. Tan efímeras son las idorus que una vez ni siquiera se molestaron en buscar una chica, lo que generó una movida de culto muy grande a esta "idoru incorporea". Gibson se enteró de esto y le disparó la idea de una idoru absolutamente virtual, cuya existencia sea en el ámbito digital (no mucho después de escrita la novela apareció en nuestro mundo una idoru digital, o sea...).
Rei Toei, la idoru, es bellísima y perfecta, y se va a casar con Rez, el cantante de la banda Lo/Rez, por lo que los dos protagonistas de la novela (Colin Laney y Chia Pet McKenzie) vuelan (cada cuál por su cuenta) a Tokio para ver qué hay de cierto en todo esto y por qué (y cómo) una persona de carne y hueso puede casarse con una construcción digital. Lo que Rez se ha dado cuenta es que él, ídolo pop de larga trayectoria, también se ha vuelto una entidad virtual, porque no es sólo el Rez que ocupa su cuerpo sino el que está en los videos de la banda, el Rez mucho más joven que grabó el álbum debut y el rostro en los posters pegados en las habitaciones de sus fans adolescentes. Para decirlo sintéticamente, su imagen se volvió más grande que su persona física y, en realidad, esta última cada vez importa menos.
Chia es una adolescente fan de Lo/Rez que va a averiguar la veracidad del rumor del casamiento de Rez con Rei Toei y que, inocentemente, se queda con una pieza de nanotecnología que la mafia rusa pensaba comprarle a un contrabandista. Pero esta pieza, así como los anteojos de Luz Virtual, es sólo un objeto que no tiene mayor trascendencia narrativa pero alrededor del cuál se mueve la trama. En su huída es ayudada por los habitantes de la Ciudad Amurallada, un no-lugar virtual "habitado" por hackers y otakus que se hartaron de la comercialización de internet, quizás uno de los grandes hallazgos de esta novela.
El otro gran hallazgo es Laney. De chico fue sujeto de pruebas de una droga que le dio la habilidad de detectar "puntos nodales" en un flujo de información, datos que, individualmente, no dicen nada pero que en conjunto dan la pauta de un cambio por venir. Laney, que en cierta manera viene huyendo de un empleo anterior, es contratado por la compañía de Lo/Rez para averiguar por qué Rez quiere casarse con Rei Toei.
Luz Virtual e Idoru dejaban picando un montón de posibilidades narrativas latentes y Todas las fiestas de mañana (1999) se hace cargo de ellas, permitiendo en cierta manera el mote de "trilogía", aunque los tres libros son autónomos. Laney, que está viviendo de incognito en una caja de cartón en un subte de Tokio con un homeless que ha hecho del armado de modelos a escala una ceremonia zen, ve venirse un gran punto nodal en la Historia, algo grande que va a ocurrir y que va a cambiar al mundo, aunque Laney no sabe ni cómo ni cuándo. Lo que sí sabe es que tiene que ver con la idoru, que necesita a alguien de confianza en San Francisco y que ese alguien es Rydell. Laney también está agonizando, un poco por una peste que se agarró en el asentamiento del subte y otro poco porque la droga que le permitió percibir los puntos nodales también dispara un "Sindrome del Acechador", en el que uno se vuelve víctima de una obsesión enfermiza por una celebridad. El objeto de su obsesión es Cody Harwood, un millonario cuya característica principal es no dejar huella en el flujo de datos de la red. Harwood también experimentó con la droga de Laney y por eso puede ver el punto nodal que se avecina y decide hacer todo lo posible para que el gran cambio lo deje bien parado a él.
Más allá del argumento (que es muchísimo más complejo que lo que describí recién), esta es una novela amarga y melancólica, mucho menos optimista que sus predecesoras. El Puente, que en Luz Virtual era un sitio marginal, ahora está en vías de convertirse en un lugar turístico, pese a que retenga su look lúmpen, y todos los personajes recurrentes están mucho más cínicos y desilusionados, vencidos por la realidad.
En cierta manera, Todas las fiestas de mañana se aproxima asintóticamente al objetivo de Gibson de reflexionar sobre nuestro mundo actual a través de un escenario de ciencia ficción y preanuncia la dirección que iba a tomar su escritura.
Porque Pattern Recognition (2001), su séptima novela, está situada en el presente (en el 2002, para ser exactos) y todo lo que se menciona en ella existe en el mundo real. Lamentablemente no la he leído (excepto un fragmento que aparece en el sitio oficial de Gibson), así que no puedo decir nada, excepto que el clásico estilo de su escritura y su agudeza para la observación siguen estando allí y, aparentemente, mejores que nunca.
Y que, al igual que sus admirados Ballard y Pynchon, Gibson ha borrado la ficticia división entre ciencia ficción y literatura "seria" y lo que quedan son historias que muestran que el mundo en que vivimos es más extraño y alucinatorio que lo que nos gustaría creer.