Daniel el terrible
Saurio

"Living here in Babylon is oh so difficult" (Luca Prodan)

1

"No bufes, eunuco, no bufes,
que el rey no tendrá
motivo de queja.
Si bien es loable el gesto
de ordenar que nos sirvan
la misma comida
con la que Nabucodonosor
se alimenta,
nuestro cuerpo es un templo
y no debemos mancillarlo
con toxinas y colesterol.
Seguiremos una estricta dieta vegetariana,
sólo comeremos legumbres y beberemos agua,
te demostraremos lo sabio de nuestro régimen,
danos apenas diez días de plazo
y ya vas a ver los resultados,
nosotros, Daniel, Ananías, Misael y Azarías,
los cuatro niños prodigio
que Nabucodonosor se hizo traer desde Israel,
estaremos sanos y robustos,
los rostros lozanos,
la piel suave y tersa,
los cabellos brillantes y sin frizz.
Dale, eunuco, no bufes,
dejanos demostrarte con hechos irrefutables
las virtudes del naturismo,
no te olvides que somos diez veces más inteligentes
que todos los magos y astrólogos del reino,
somos unos genios, eunuco, somos unos genios,
lo más grande que hay
(sin contar a Yahvéh,
claro está)

2

Años más tarde, Nabucodonosor soñó.
Y su sueño fue tan perturbador
que dormir no podía.

"¡Tráiganme magos, astrólogos,
encantadores y caldeos,
que he tenido terrible sueño
y exijo una explicación!"

"Nada del otro mundo", dijeron los eruditos,
"lidiar con las manifestaciones del inconsciente
y las dimensiones ocultas de lo paranormal
es justamente lo que hacemos,
la esencia misma de nuestro trabajo,
la razón fundamental de nuestro metier,
lo que usted nos pide es pan comido,
desembuche, Majestad."

"Me olvidé mi sueño,
cuéntenmelo ustedes
y luego díganme
qué quiere decir,
díganme a qué número
jugar."

No hubo manera de hacerlo entrar en razones,
no hubo explicación que lo satisficiera,
"Excusas, excusas", gritaba desaforado,
"son todos unos chantapuffis,
no me vengan con dilaciones,
no me quieran enroscar la víbora,
si son adivinos, adivinen."

Por supuesto, no obtuvo respuesta,
ninguna mancia podía resolver el enigma,
lo que un hombre sueña queda entre él y sus dioses,
la ciencia sólo puede operar sobre el relato de lo soñado,
la materia es el lenguaje, no lo que es previo a él.

Calentóse pues Nabucodosor,
toda la furia subiósele a la cabeza,
si la ciencia no puede responder algo tan simple,
al carajo con la ciencia, entonces.

Decretó la muerte de todos los sabios del reino,
ni uno vivo ha de quedar,
la inteligencia será un bien escaso
de ahora en más.

"¡Momentito!", exclamó Daniel
cuando cayó la yuta
para llevarlo al patíbulo,
"¡Momentito, señores, momentito!
Yo soy Daniel,
santo varón y profeta,
único sabio en camiseta,
de los genios, el mejor.
¡A mí no se me ha convocado
para resolver el problema del rey!
¡No me discriminen por judío!
¡Exijo igualdad de oportunidades!
¡Demando que se escuche mi interpretación!"

Ya frente a Nabucodonosor
le contó a aquel lo que aquel había soñado,
Que veía a un gigantesco ídolo,
cabeza de oro, pecho de plata, muslos de bronce,
de fierro las piernas,
de barro los pies.

"Esto, Nabuco, significa
que si bien tu reinado es magnifico,
los que le sigan serán peor y peor.
Y así como la piedra destruía los pies de barro
del ídolo de tu sueño y lo desmoronaba,
así caerá tu imperio en el futuro."

Le gustó esto a Nabucodonosor,
premió a Daniel con una gobernación
y puestos de asesores le dio a sus tres amigos,
Ananías, Misael y Azarías.

Y así Daniel entró a la historia por tres hazañas simultáneas:
incorporó al habla popular una frase hecha,
posicionó a los judios como los mejores psicoanalistas
y demostró que mandando fruta se hace carrera en política.

3

Sencillito y austero como siempre,
el rey Nabucodonosor mandó a hacer
con oro puro una estatua
de su persona,
una enorme estatua,
treinta metros de alto
y tres de ancho,
un descomunal y desproporcionado
adefesio
para sobarse
su ya muy sobado
ego.

Como era muy generoso
su alegría quizo compartir:
sátrapas, magistrados, capitanes,
oidores, tesoreros, consejeros,
gobernadores, jueces, asesores,
todos los funcionarios del reino
debieron asistir a la inauguración
del monumento
so pena de muerte.
Y el pregonero abrió el acto diciendo:
"Pueblos, Naciones y Lenguas:
a partir de las cero del día de hoy
rige la orden de que cada vez que suenen
la bocina, la flauta, la cítara, el arpa,
el salterio, la zampoña, el tamboril
y cualquier otro instrumento musical
no contemplado en la redacción
del presente edicto
los habitantes deberan postrarse
y adorar la estatua de oro
que de sí mismo el rey
Nabucodonosor ha erigido.
Quien así no lo hiciere
Nabucodonosor y la Patria
se lo demandarán y,
consecuentemente
lo arrojarán sin mayor dilación
a un horno de fuego ardiente".

Cagados hasta las patas
ni bien sonó un tonete
todos los pueblos, naciones y lenguas
se arrodillaron y entonaron
"La marcha Nabucodonosorista",
alabaron y adoraron la estatua,
glorificaron el nombre del rey.

Como siempre ocurre,
unos caldeos buchonearon:
"¿Vio, Nabu,
a Ananías, Misael y Azarías
esos moishes amigos de Daniel,
esos acomodados
que responden a los alias
de Sadrac, Mesac y Abed-Nego?
¿Los tiene, Nabu,
los tiene?
Bueno, posta se lo decimos
porque los vimos con nuestros ojos,
los chabones no quieren
postrarse y adorar
la estatua dorada,
es una falta de respeto,
es un atropello a la razón."

Se enfrentan los tres a la ira del rey,
le explican sus creencias,
que por más que los músicos se hernien
tocando la bocina, la flauta, la cítara, el arpa,
el salterio, la zampoña, el tamboril
y cualquier otro instrumento musical
que se les venga en gana y capricho
ninguno de ellos va a hacerse cómplice
de este vergonzante ejemplo
de culto a la personalidad.

Así que allá en el horno
se fueron a encontrar,
Sadrac, Mesac, Abed-Nego
y un ángel que ahí dentro apareció.
Y si bien el fuego estaba al mango
y el horno estaba más caliente que una ninfómana en celo
los cuatro andaban los más tranquilos entre las llamas,
charlaban, boludeaban, se contaban chistes,
saludaban al público presente.

Nabucodonosor,
a quien todas las cuentas le daban mal,
los hizo salir,
les pidió disculpas
y les dio mejores puestos
en la administración pública
de Babilonia.

Porque Nabucodonosor era un ególatra
pero también era un zorro de la política
y sabía que a gente con amigos tan poderosos
conviene tenerlos de aliados,
más allá de alguna que otra diferencia
ideológica.

4

Como ya es costumbre,
Nabucodonosor sueña,
se perturba, tiembla,
llama a astrólogos y caldeos
quienes, como ya es costumbre,
se declaran inútiles
ante los reclamos del rey
y, como ya es costumbre,
Daniel entra en escena
y en un dos por tres
resuelve el enigma.

"Vas a volverte loco, Nabuco,
y tu reino perderás,
siete años como bestia vivirás,
siete años hasta que el poder
de Yahvéh reconozcás.
Porque Él es el que da
y Él es el que quita".

Al año la profecía se cumple:
Nabucodonosor se queda sin trono
y pierde por completo la razón.
Allí va el gran rey de Babilonia,
flaco, fané y descangayado,
desgreñado, roñoso, pelilargo,
da pena verlo así,
con las uñas como garras,
comiendo yuyos con los bueyes,
durmiendo en cualquier rincón.

Siete años pasan y se cumple la condena,
siete años de contínua humillación,
ni bien Nabucodonosor levanta su vista al cielo
recupera el reino y la cordura.

Y he aquí la moraleja de esta historia:
Para Yahvéh vos no sos nada,
sos menos que nada,
material descartable, basura,
juguete de sus caprichos,
Él hace con tu vida lo que se le canta
y a nadie le debe explicación.

¡Enalteced y Glorificad al Rey del Cielo!
¡Aprended de esta edificante lección!

5

¡Gran partuza hay en palacio!
¡Dados, timba,
sexo, droga,
rocanrol!
¡Las hetairas danzan en bolas!
¡Un gran burro a todos da su amor!

Ebrio de poder y borracho de vino,
el rey Belsasar fanfarronea,
quiere impresionar a sus mil amigos,
se hace el langa y chasquea los dedos,
le pide a los esclavos que le traigan
los vasos de oro y plata
que Nabucodonosor su padre
había saqueado del templo de Jerusalen,
ordena que los llenen de vino,
demanda que todos beban con él.

¡Ah, el placer de la herejía!
¡Ah, el sabor de la humillación!
Bailan, cantan, se masturban,
a dioses falsos ofrecen su adoración.

"Caguémosle la fiesta", dijo Yahvéh
y puso manos a la obra,
literalmente.
Flota la mano de Dios en el aire,
escriben sus dedos en el yeso de la pared,
deja un mensaje misterioso
y, como vino, se va,
disfrutando su maldad.

Fruncido de miedo,
Belsasar sigue los pasos de su padre
y llama a magos, caldeos y adivinos
para que le traduzcan
lo que ha escrito
Dios.

"Bichi, no pierdas el tiempo"
le dice la reina su mujer,
"¿no ves que nunca aciertan nada,
no te enteraste que hay que llamarlo a Daniel?"

Con los dedos en ve y saludando a la concurrencia
entra el sabio entre los sabios,
el visionario profeta,
le canta las cuarenta al rey,
le refriega la desgracia de su padre,
le advierte lo que le va a pasar a él.

"Lo que Dios ha escrito es
Mene, Mene, Tekel, Uparsin,
lo que en criollo quiere decir
que Dios contó tu reino
y que le ha puesto fin,
que has sido pesado en balanza
y que en falta has sido hallado,
que tu reino ha sido roto
y que a los medos y persas
ha sido dado".

Belsasar viste a Daniel de púrpura,
le obsequia un collar de oro,
lo nombra tercero en el reino,
hace un brindis en su honor.
A la noche cae muerto
y Darío el medo
toma el poder.

Eso es lo terrible de las profecías de Daniel:
uno está obligado a cumplirlas
para no hacer quedar mal
a tan renombrado profeta.

6

La compleja e intrincada realidad sociopolítica de Medio Oriente
ha colocado al medo Darío en el trono de Babilonia,
quien se enfrenta a la ardua tarea de manejar y expandir
un extenso y turbulento imperio.
Pareció bien a Darío constituir sobre el reino
ciento veinte sátrapas que gobernasen
sobre las diferentes provincias,
es de sabios dividir y reinar.
Pero es de mucho más sabios controlar a los subordinados
y por eso nombró también a tres gobernadores
ante los cuales los sátrapas deberían rendir cuentas,
pagar tributos, no perjudicar al rey.
Por supuesto, nadie se sorprenderá al saberlo,
uno de estos tres gobernadores era nuestro amigo Daniel,
era de cajón, no había nadie entre el Tigris y el Éufrates
que pudiese competir con él, porque había en Daniel
un espíritu superior, una fe suprema, una inteligencia vastísima,
era él el epítome de la genialidad, después de Yahvéh, Daniel,
y más abajo, mucho mucho más abajo, el resto de los mortales.

"No puede alguien ser tan puro, tan recto, tan honesto,
ni un insignificante acto de corrupción le podemos encontrar",
se quejaban sátrapas, gobernadores, príncipes y capitanes,
"un tipo así le quita toda la diversión a la política,
no sólo no mete la mano en la lata
sino que tampoco deja que otros la metan,
¡esto no puede seguir así! ¡es una barbaridad!"
La movida de piso era inminente,
a Daniel la cama se la iban a hacer,
en patota los funcionarios acuden ante Darío,
las medias le chupan, el lomo le soban, el ego le masajean
y cuando ya lo tienen listo y servido,
ponen en marcha la segunda parte del plan:
"Tu poder es inmenso, oh Rey, más que el de cualquier dios,
así que nosotros pensamos que deberías firmar
este edicto que redactamos
en el que se ordena a la población que durante el mes en curso
se abstengan de orarle a otra divinidad que no seas Tú, oh Rey.
Todo aquel que no lo hiciere será castigado convenientemente,
a la cueva de los leones se lo arrojará,
servirá de escarmiento,
honrará tu Poder".

La firma del edicto indigna a Daniel,
una cosa es ser la mano derecha del trompa y otra hacer la vista gorda,
semejante acto de soberbia es ofensivo, insoportable, humillante,
sus sólidos principios morales y religiosos lo llevan a la rebelión.
¡Ay! ¡Si hubiera conservado su cabeza fresca se habría dado cuenta
de que ésto era lo que sus enemigos buscaban!
¡Similar estrategia habían usado con Nabucodonosor!
¡Había que ser muy gil para caer dos veces en la misma trampa!

"Rey Darío, Rey Darío" corrieron los sátrapas con el chisme,
"ese Daniel que tanta estima usted le tiene,
ese que está por encima de todos nosotros,
no una sino tres veces por día
abre las ventanas de su casa que dan hacia Jerusalén
y le ora y le da gracias a su dios,
transgrediendo la ley que Tú, en tu inmensa sabiduría, firmaste."
Darío se da cuenta de que fue engañado como una mucamita,
que sátrapas, gobernadores, príncipes y capitanes
lo usaron para sus intrigas políticas,
se siente un idiota, un tarado, un mogólico,
si en vez de medo fuese japonés se haría el harakiri de la vergüenza.
Pero Darío es medo y dueño de un gigantesco imperio,
ya se imagina las pintadas y los bajorrelieves que adornarán Babilonia
si él admite que fue un títere,
un peón en el diabólico plan de sus subordinados,
no podía quedar como un débil ante la opinión pública, no señor,
ya que soy tan poderoso como ellos dicen, revoco la ley y listo el pollo.
"No es tan fácil, Majestad, no es tan fácil"
contestáronle los malvados cortesanos y su caterva de abogados,
"Es ley en Media y Persia que ningún edicto u ordenanza
que el rey confirme puede ser abrogado,
debería haberlo pensado antes de hacerse cargo de este imperio,
aquí el Derecho no se lleva bien con la Razón,
si lo firmó no puede arrepentirse, y si se arrepiente, jódase".

Así que a la leonera Daniel fue a parar,
y Darío en ayunas e insomne la noche pasó.

Ni bien la aurora tiñó la mañana de rosa
calzose el rey las pantuflas y hacia la cueva corrió,
gritando "Dany, Dany, ¿estás bien?"
"Sí, querido, estoy sano y salvo,
¿dónde se ha visto que el héroe muera?"

Ni bien sale Daniel del foso los responsables de la intriga se acercan,
no por propia voluntad sino por decisión de Darío,
quien ordenó a sus guardias que los encadenasen y se los trajesen
a ellos, a sus mujeres y a sus hijos,
los puso a todos en filita en el borde
y de una patada al pozo a todos los tiró.
El ángel del Señor que para salvar a Daniel
las bocas de los leones había cerrado
hace gala de un timing envidiable, suelta las fauces en el momento justo
y los felinos hambrientos cazan al vuelo la lluvia de cuerpos aterrados,
quiebran todos sus huesos, apoteótico festín se dan.

Y Darío redacta otro comunicado ordenando que en todo su dominio
se tema y se tiemble ante el Dios de Daniel.
Porque es bueno que pueblos y lenguas sepan de una buena vez
que con los protegidos de un dios iracundo y vengativo no se jode.

Saurio nació en el barrio de Palermo en 1965 y es uno de los responsables de La idea fija. Principalmente es escritor, pero también pintor, monologuista, historietista, músico, comunicólogo, redactor publicitario, diseñador gráfico, webmaster, traductor, periodista cultural y habilidoso genérico en cualquier cosa que requiera mucho trabajo intelectual y nulo esfuerzo físico. Además de La Idea Fija, mantiene un blog escéptico-literario llamado Las Armas del Reino II y dibuja y guiona el webcomic Cartoneros del espacio.