Numero 16

Ilustró Camilo Pérez Luque

La payada de Edipo y la Esfinge
Daniel Frini

Con el rostro pálido, los ojos como tizones y las alas manchadas de sangre, la Esfinge que mora en las afueras de Tebas; esparce el terror en los campos que rodean a la ciudad y mata, estrangulando con sus garras, a los que no son capaces de resolver su enigma.
Así murió el príncipe Hemón. Entonces, el rey Creonte, su padre, lanzó una proclama en la que promete la regencia del reino y el matrimonio con su hermana Yocasta a quien dé con la respuesta y se deshaga del monstruo.
Edipo se acerca a Tebas por la vía que lleva a la puerta Homoloida. A quince estadios de la ciudadela, el camino atraviesa una cornisa estrecha; montaña a un lado, despeñadero al otro. Allí la Esfinge lo acecha. Cuando Edipo llega, el monstruo salta desde una piedra y le cierra el paso. Su boca destila veneno. Se mueve de un costado al otro del camino, sin quitar la vista de Edipo. El hombre se paraliza. El corazón se le acelera y comienza a sudar entre temblores de frío. Le hablaron de esta aberración, que juzgó inexistente; y su cerebro busca una salida que lo libre de los zarpazos asesinos. No la hay.
―Salud, caminante― dice la Esfinge, con voz empalagosa ―. Yo soy la cruel cantora, la hija de Tifón y Quimera, enviada por Hades para ser la ruina de los tebanos. Si quieres llegar a la polis, antes deberás resolver mi enigma ―y muestra sus dientes, mientras gruñe.
―¿Se-seguro?― pregunta el hombre
―Así fue pactado con el rey Creonte: si alguien es capaz de resolver mi acertijo, me iré para siempre. Pero como nadie lo hará, mataré y comeré a quien falle, y seguiré destruyendo hasta que de Tebas no quede piedra sobre piedra.
A Edipo le tiemblas las piernas y un hilo de orina resbala por su muslo, llega a sus sandalias y humedece la tierra. Traga saliva. Pregunta:
―¿Y-y de q-qué vendría tratando la a-adivinanza?
La Esfinge infla el pecho y dice, con sorna:
―Existe sobre la tierra alguien bípedo y cuadrúpedo, cuya voz es una sola, y a su vez, trípode. Él es el único que cambia la naturaleza de cuantos seres vivos se mueven en la tierra, por el éter y bajo el mar. Pero cuando camina apoyándose en más pies, entonces el vigor de sus miembros es mucho más débil. Ese es el enigma. ¡Responde!
―Ajá.
―Ajá ¿qué?
―No entiendo…
El Monstruo muestra sus garras y se prepara a atacar. Justó antes de su salto, Edipo grita:
―¡Pare, pare! ¡Dije que no entiendo, no que no lo sabía! Dígalo, otra vez, más despacio. Y no use palabras difíciles.
La Esfinge resopla, y repite:
―Existe sobre la tierra un ser de dos pies y de cuatro pies, que tiene sólo una voz, y es, también, de tres pies. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, aire o mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil.
―Ápalala. Ta difícil. ¿Cuántos pies tiene?
―Dos. Y cuatro. Y tres.
―¿Al mismo tiempo?
―No. No al mismo tiempo.
―Ah. Ahí cambia la cosa. ¿Y tiene una sola voz?
―Efectivamente.
―¿Y cuántas voces, por un suponer, podría tener?
―¡Tiene una sola!
―Pero, ¿qué quiere decir con eso?
―¡Que habla!
―¿Y por qué no dice que habla? ¿La hace difícil a propósito? ¿Y dijo que cambia su aspecto?
―Es el único ser vivo capaz de cambiar su aspecto.
―¿Cómo es eso de que cambia su aspecto?
―¡Que anda en dos, en tres y en cuatro patas! ¡Cambia su aspecto!
―Pero eso ya lo dijo al principio
―¡Si! ¡Ya lo dije!
―Entonces, ¿qué? ¿Es para despistar?
―¡No! ¡Así es el enunciado del enigma!
―¿Lo qué?
―¡El planteo!
―Ah. Y dice que cuando más pies usa, es más débil.
―Si― dice la Esfinge con sequedad ―. ¡No! ¡Sus pies son más débiles!
―¿Si o no?
―Bueno. Si. Él también es más débil.
―Póngase de acuerdo con usted mismo ¿o es usted misma? ¿De qué sexo es usted?
―Femenino. Soy una― dice el monstruo, enfatizando la palabra «una» ―esfinge.
―Me parecía. Mire que son jodidas las mujeres ¿eh? Yo supe tener una novia en…
―¡Conteste!
―¿Dónde estábamos?
―En determinar si la respuesta al enigma tiene sus pies más débiles o si todo él es más débil.
―Ajá. Tiene sus pies más débiles.
―No. Todo él es más débil.
―¿Ve? Cómo no va a andar usted matando gente, si los confunde. ¿Usted quiere o no que le resuelvan la adivinanza?
―¡Quiero!
―Entonces, sea más clara. Dígame, de nuevo, la adivinanza esa.
―Uf― bufa la Esfinge; y repite, sin tomar aire ―. Existe sobre la tierra un ser que tiene dos cuatro y tres pies que tiene sólo una voz y que es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra aire o mar pero cuando anda apoyado en más pies entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil.
―Ajá. Vamos por partes. Uno― dice Edipo, y muestra el dedo índice de la mano derecha, sostenido entre pulgar e índice de la mano izquierda ―.Tiene dos, tres y cuatro pies
―Sí.
―Dos― muestra el dedo mayor de la mano derecha, indicando «dos» ―. Tiene una sola voz.
―Sí― vuelve a responder el monstruo, impaciente.
―Tres― Edipo suma el dedo anular ―. Cambia su aspecto.
―¡Si!
―Pero esto es lo mismo que decir que tiene dos, tres y cuatro pies ¿no?
―Si.
―Entonces el tres no va― baja un dedo y vuelve a mostrar dos.
―Póngale que no va― contestó la Esfinge, con resignación.
―Tres, entonces. Cuando más pies tiene, es más débil― otra vez tres dedos.
―Si.
―¿Y qué más?
―Nada más. Ya está.
―Uno, dos, tres― Edipo cuenta sus dedos levantados.
―Si.
―Uno ―repasa el hombre ―, que tiene dos, tres y cuatro patas. Dos, que tiene una voz. Tres…
―¡Basta!― interrumpe la esfinge ―¡Conteste de una buena vez!
―Espere. Estoy pensando.
―¡Apure!
―¿No hay tiempo? Algo así como «¡Corre reloj!», o «Tiene cinco minutos a partir de ¡ahora!», o «¡Minuto en el aire!», o un redoble de týmpana…
―No. No hay tiempo.
―Es difícil.
La Esfinge amaga con saltar sobre el hombre.
―¡Epa!― dice Edipo ―¡Tenga mano! ¡Usted dijo que me mataba si respondía mal! ¡Y aún no respondí! ¡Ni bien, ni mal!
El monstruo se detiene, furioso.
―Veamos― dice Edipo ―. Que tiene varias patas podría ser un…― piensa, mirando hacia arriba ―. No. No creo. Tiene más patas. Y no son débiles. ¿Hay alguna ayudita?
―¡No!
―¿Una pista?
―¡No!
―¿Con qué letra empieza?
―¡No!
―¿«No» es una letra? Mire que no sé leer ni escribir. Oí hablar de la letra Pi, de Gama; pero a No, no la oí nunca. Qué despelote este de los maestros ¿no?
―¿Qué dice?― grita la Esfinge.
―El tema del paro de maestros en Mileto…
―¡No quiera distraerme!
―Yo quería estudiar filosofía con Anaximandro; pero, usted sabe, me crié en Corinto. Y, aunque no lo crea, soy hijo del rey Pólibo y la reina Mérope. Y esto de ser príncipe implica una serie de compromisos, y no tuve tiempo…
―¡Basta!
―Qué problema el de los maestros de Mileto…
―¡Escuche! ¡Concéntrese en el enigma! ¡Su vida está en juego! ¡Responda!
―Otra vez.
―¿Otra vez, qué?
―Que me repita la adivinanza.
―¡No!
―Dele. Sea buena.
―¡No!
―De una manera más simple, porque no le entiendo…
La Esfinge bufa. Parece que va a hablar, y se contiene. Bufa otra vez. Al final, dice:
―¿Cuál es el ser vivo que cuando es pequeño anda a cuatro patas, cuando es adulto anda a dos y cuando es mayor anda a tres?
―¿Y por qué no lo dijo así de entrada?
―¡Responda! ¡Más fácil no se lo puedo hacer!
―¿Con qué nota se aprueba?
―¿Qué?
―¿Qué nota tengo que sacarme para pasar?
―¡Ninguna nota! ¡Acierta y vive, no acierta y muere!
―Deme opciones.
―¡No!
―Dele.
―¡No!
―Qué le cuesta.
―¡No!
―No la va a querer nadie a usted, ¿eh?
―¡Responda!
―¡Multiple choice!
―¡No!
―¿Por qué no? ¿Tres posibilidades? ¿Cuatro?
La Esfinge se contiene. Su ceño se pone rojo de furia. Escarba la tierra con sus garras y pliega sus alas para acelerar un posible ataque. Sopesa la situación. Finalmente, cede.
―Está bien― dice, con cierto desgano ―. Alfa, los dioses. Beta, los titanes. Gamma, los semidioses. Delta, los hombres.
―¡Ah, pero espere un cachito!― contesta Edipo ― ¡Usted me habla de seres en general! ¡Yo pensé que la adivinanza tenía que ver con un ser único! Qué se yo: Menipo de Gadara, un suponer. O el perro de Panecio de Abdera. Lindo animal, no sé si oyó hablar de él. Se murió de viejo. Era un ovejero tracio de pelaje largo, marrón oscuro. ¿Sabe que Panecio le silbaba y el perro le entraba las ovejas al corral? De no creer. Una vez…
―¡Basta! ¡Conteste ya!
―O sea, es un genérico ¿no?
―Si.
―No es un animal, o una persona; así, él sólo nomás ¿no?
―No.
―Ahí cambia la cosa. ¿Me repite la adivinanza?
―¡No!
―Al menos, repítame las opciones.
―Alfa los dioses beta los titanes gamma los semidioses delta los hombres.
―¡Eh! ¡Más despacio!
―Alfa, los dioses. Beta, los titanes. Gamma, los semidioses. Delta, los hombres.
―Ajá.
―Ajá ¿qué?
―¿Me pregunta usted a mí?― dice Edipo.
―Sí.
―Pero, ¿no es que las preguntas las hace usted?
―¡Termínela! ¡Y conteste ahora!
―Y, digamos, «la respuesta», ¿podría andar en carro?
―Y…si…
―¿Y en barco?
―También…―dice la Esfinge, intrigada
―O sea, que puede andar en cuatro, dos y tres patas; en carro y en barco.
―Sí.
―Pero eso no está en el enigma.
―No, no está.
―Debería ponerlo.
―¡Conteste!
―Porque, si no, está incompleto…
―¡Conteste!
―Así, no es una adivinanza. Es sólo un juego de palabras…
―¡Conteste ya!
―¡Bueno! ¡No se sulfure!
―¡Apure!
―A ver. Los dioses, no creo. Son más de volar. Déjeme pensar.
―¡Responda!
―Los titanes son casi como los dioses― Edipo cruza su brazo izquierdo sobre su vientre, apoya en él su codo derecho y se toma el mentón, mientras mira, de reojo, hacia arriba.
―¡Responda ya, o lo mato!
―Estoy entre los semidioses y los hombres…
―¡Decida!
―¿Sabía que el semidiós Cadmo, fundó Tebas?
―¡No me importa!
―Él trajo a Grecia la agricultura, la fundición de metales, ¡el alfabeto!...
―¡No se vaya por las ramas! ¡Conteste!
―Qué gran tipo, Cadmo…
―¡Me saca de las casillas! ¡Responda ya!
―Dicen que cierta vez…
―¡Ah!― gritó la Esfinge.
―Podrían ser los semidioses. Pero también podrían ser los hombres….
―¡Los hombres! ¡Son los hombres!
―¿Cómo?
―¡No lo soporto más! ¡La respuesta es «los hombres»!
―¿Los hombres? ¿Y por qué?
―¡Por que al principio, cuando nacen del vientre de la madre caminan en cuatro patas; en la edad adulta en dos, y cuando son viejos, apoyan su bastón como un tercer pie!
―Ah, mire. ¿Y el carro? ¿Y el barco?
―¡Basta! ¡Usted me vuelve loca!― gritó, otra vez, la Esfinge y, en un movimiento rápido, se arrojó al barranco. Rodó hasta el fondo y quedó sobre las piedras, las alas quebradas, los ojos abiertos y la mirada perdida; el cuello roto.
Edipo se acercó al borde, miró hacia abajo y escupió hacia un costado.
―«Los hombres» era la respuesta. Mirá vos― dijo, y siguió su camino rumbo a la ciudadela de Tebas.

Daniel Frini nació en Berrotarán (Córdoba, Argentina) en 1963. Es escritor, poeta y artista plástico. En 2000 publicó Poemas de Adriana (Ed. Libros en Red, Buenos Aires); y en 2015 el libro de microficciones Manual de autoayuda para fantasmas (Ed. Micrópolis, Lima, Perú). Colabora habitualmente en varios blogs y en varios e-zines y publicaciones digitales y en papel. Varios de sus relatos y poemas fueron traducidos al inglés, francés, italiano, portugués y uzbeko.