Cuatro correctísimos criminales

Prólogo a nuestra edición de Cuatro Correctísimos Criminales

Las apariencias engañan
Saurio

Permítanme comenzar con una anécdota personal que, como tal, es absolutamente intrascendente y no va a aportar ningún elemento para la comprensión de este libro. Y, para peor, es una anécdota que no puedo precisar bien en el tiempo. Sé que fue un sábado o un domingo al amanecer, cuando yo tendría unos quince años más o menos, y que me desperté antes que mi familia... o tal vez venía de alguna trasnochada con mis amigos y no quería irme a dormir. No importa (realmente no importa, ya dije que esta anécdota es absolutamente intrascendente), lo que importa es que yo era el único despierto en la casa y quería permanecer en ese estado. Así que cerré la puerta de la cocina y me puse a revisar la biblioteca de mis viejos (sí, la biblioteca estaba en la cocina... bueno, en el living comedor... la cosa es que uno pone los estantes donde puede y no donde quiere) y allí me encontré con Cuatro granujas sin tacha (que es este libro, bajo otro nombre, pero ya voy a llegar a eso cuando abandone esta digresión y comience a escribir una introducción como Dios manda... que también voy a llegar a eso cuando hable de Chesterton y la religión). No lo conocía al libro, pese a que ya para ese entonces me había deglutido unos cuantos libros de Chesterton (seguro todos los del Padre Brown, El hombre que fue Jueves, Las paradojas de Mr Pond y un libro de ensayos llamado El fin del armisticio) y pese a que nunca antes lo había visto entre los libros de mis viejos. Y ahí mismo me lo puse a leer, mientras comía galletas marineras con mayonesa, hasta terminarlo cuando el resto de mi familia empezaba a despertarse.
Por supuesto, como es un recuerdo impreciso, es muy probable que no me haya terminado el libro de un tirón en una mañana de fin de semana suburbano en los 80, pero lo que importa (y es por eso que traje esta anécdota a colación) es que con este libro se produjo uno de esos momentos mágicos de la adolescencia que uno atesora por irrepetibles (les juro que nunca más las galletas marineras con mayonesa tuvieron el sabor de aquella mañana).
Y es por eso que cuando pensamos publicar algunos clásicos en La Idea Fija el primer título que me vino a la mente fue esta joya oculta de Chesterton. Que sí, lo acepto, puede parecer una obra menor frente a los libros más famosos del tipo, pero no por eso deja de ser una oportunidad más de apreciar el talento, el ingenio y, principalmente, la lengua venenosa de este escritor.
El libro en sí son cuatro cuentos autónomos (así fueron publicados originalmente en revistas) enmarcados por un prólogo y un epílogo que les dan una coherencia de “novela” y ponen en otro contexto las paradójicas historias de los cuatro correctísimos criminales del título. El “otro contexto” es la existencia del Club de los Incomprendidos (otro de los nombres con que fue publicado el libro en castellano, dicho sea de paso), una asociación presidida por el (presuntamente) disoluto Conde de Marillac e integrada por estos cuatro personajes, gente cuyos actos fueron interpretados erróneamente como viciosos o reprochables pero que, en realidad, era virtuosos y admirables. Los cuatro relatos están, como casi toda la ficción de Chesterton, enmarcados dentro de la literatura policial clásica inglesa, es decir, hay un crimen misterioso que se devela con un giro sorprendente en la trama a causa del ingenio de un detective (o de alguien que oficia como tal). Claro, que estén enmarcados en este género no significa que se respeten a ultranza las tradiciones y los tópicos sino todo lo contrario: hay acá una subversión de esos lugares comunes: en estos cuentos no es importante Quién lo hizo o, en tres de ellos, Cómo lo hizo sino Por qué lo hizo y, más específicamente, Por qué lo que hizo no es un crimen aunque lo parezca. La motivación y las razones virtuosas de la extraña conducta del “criminal” de cada caso es lo que se debe develar, ya que su identidad es prontamente revelada y la manera en la que el crimen es cometido es bastante evidente.
Es que para Chesterton “el verdadero objeto de una historia policial inteligente no es desconcertar al lector sino iluminarlo de tal manera que cada sucesiva porción de la verdad le llegue por sorpresa” y ve al género de misterio como una versión menor del otro género dedicado al misterio, la Mística. Lo que busca Chesterton es reproducir en pequeño y en situaciones pedestres las grandes epifanías del místico religioso. Y esto es visible en estos cuatro relatos, en los que se nos invita a descubrir por qué los supuestos pecados cometidos son en realidad actos de piedad.
Pero, pese a que Chesterton fue un gran propagandista del catolicismo al punto de que está muy cerca de ser beatificado, no hay en estos relatos ninguna moralina, proselitismo o santurronería, ni siquiera hay menciones al cristianismo (excepto en un brevísimo pasaje del tercer relato y unas cuantas referencias bíblicas que son más citas cultas que otra cosa). Uno bien podría ignorar todo lo que acabo de decir sobre el fervor religioso de Chesterton y seguir disfrutándolos por lo que son: historias de misterio en las que las cosas no son lo que parecen ser.
Quienes son responsables de hacernos ver más allá del velo de las apariencias en todos los relatos son personajes femeninos que, de repente, se encuentran en medio de una situación enigmática en la que otro personaje (el "criminal") ha cometido un acto que va a contrapelo de lo que podía esperarse de él o que desafía la lógica y el orden de lo real. Que la resolución del misterio esté a cargo de una mujer no sólo produce el curioso resultado de que el “detective” termine enamorándose del “criminal” sino que pone en duda la aparente misoginia del autor. Las cuatro heroínas son mucho más sagaces y despiertas que los personajes masculinos que las rodean (también son muchísimo más sagaces y despiertas que las demás mujeres que las rodean, que son bastante estúpidas si vamos al caso). Es que la conocida oposición de Chesterton al feminismo no era motivada por machismo sino por una cuestión de objetivos y estrategia: simplemente le parecía tonto que las mujeres buscaran liberarse queriendo parecerse a los hombres en vez de hacer una verdadera revolución con reclamos auténticamente femeninos.
Sí, habría que ver cuánta razón tenía en esta y otras posiciones polémicas, y tal vez no importe definirlo. Lo interesante es su habilidad y su ingenio como argumentador que hace que aunque uno esté en desacuerdo no se indigne (mucho) con lo que dice sino que aplauda su “salida”. Algo similar a lo que ocurría con Borges (que no por nada admiraba a Chesterton), que por más que fuera una bestia peluda en sus declaraciones públicas uno no tenía más remedio que exclamar “¡Pero qué pelaje más lindo el de esta bestia!”
Y hay en este libro unas cuantas bestialidades de buen pelo. Mi favorita es cuando arremete contra la publicidad al comienzo del tercer relato, pero hay tantas otras, tantos títeres descabezados, como para que ustedes elijan las suyas.

En cuanto a la traducción

El libro se llama en inglés Four Faultless Felons, que literalmente es Cuatro Criminales Impecables. El deseo de mantener la aliteración original me llevó al un poco más cacofónico Cuatro Correctísimos Criminales (pero, créanme, es la menos cacocónica de todas las opciones aliteradas que se me ocurrieron). No puedo dar motivos de mi obcecación, quería conservar la aliteración sin importar lo mal o contrahecha que pudiera sonar. La verdad es que podría haber mantenido el Cuatro Granujas Sin Tacha de la primera traducción y nada hubiera pasado pero un felon no es un granuja, qué quieren que les diga. Y optar por El Club de los Incomprendidos como hicieron en la otra versión me parecía que se prestaba a confusión con el otro libro de Chesterton El Club de los Negocios Raros. No, la aliteración era el camino correcto, pese a que sonase mal.
Pero lo importante es el contenido y no lo que diga la tapa y creo haber hecho un buen trabajo al volcar nuevamente al castellano este libro. Y si no hice un buen trabajo al menos hice un mejor trabajo que los que se hicieron en las versiones previas, que son francamente malos: faltan párrafos completos, muchas frases tienen un sentido completamente opuesto al original y se pierde una enorme porción del ingenio y del estilo de Chesterton. Así que puedo decir sin ninguna fanfarronería que esta es la primera traducción completa de Four Faultless Felons. Cometí una que otra infidelidad a la textualidad y más de una vez allané la retorcida prosa chestertoniana, debo confesarlo, pero fue con la intención de decir en castellano lo mismo que Chesterton quiso decir en inglés así que mi crimen también es intachable como el de los cuatro muchachos de los relatos. Aparte compensé mis infidelidades y mis falencias como traductor con un montón de notas al pie en las que se aclaran o se ponen en contexto muchas de las referencias del texto, oscuras para un lector del siglo XXI y en otras geografías distintas a las del Imperio Británico.


En fin..., esto es todo lo que tengo que decir de este libro, al menos por el momento. Así que me callo y los dejo leyendo las historias de estos cuatro correctísimos criminales, preferentemente un sábado o domingo al amanecer, comiendo galletas marinera con mayonesa mientras todos duermen. Ojalá las disfruten como yo (las historias y las galletas).