La alegría del lenguaje

Ilustró Saurio

La alegría del lenguaje
Isidoro Blaisten reportea a
Guillermo Cabrera Infante

Publicado originalmente en La Nación, 18 de junio de 1989

Guillermo Cabrera Infante es uno de los mejores prosistas de la lengua castellana; su novela Tres Tristes Tigres ya es un clásico y su lectura una felicidad.
Tiene 60 años y parece un adolescente. Tiene dos hijas de su primer matrimonio. Una de ellas es una aventurera que vive en Málaga, casada con un joven escritor inglés que a toda costa trata de inducir a Cabrera Infante al uso del procesador de palabras.
Está casado con Miriam Gómez, ex actriz y modelo, también cubana, una mujer bellísima, inteligente y pertinaz que clasifica todos sus papeles, cuida las plantas que hace 25 años trajeron de Cuba, es su mejor crítica literaria y prepara el mejor café de Inglaterra.

El señor Hyde y Borges

Todavía en el año 85 seguía molesto por la película de Spencer Tracy. Algo alucinante. El quería que el Doctor Jeckyll y Mr. Hyde fueran dos actores diferentes, que uno fuera George Raft y el otro Gregory Peck.

Borges era increíblemente agradable, tremendamente inteligente. Y aquí cautivó. La primera vez que vino dio una charla en Westminster Hall. Y en este lugar, desde que vino Mark Twain en el año 1905, no había habido tanta gente para oír a un escritor extranjero. ¡Y la entrada era cara! Era una libra, que para un estudiante en aquel entonces era tremendamente caro, y se quedó mucha gente afuera.

Ahí dio dos o tres charlas. Alcancé a ir a una. Fue memorable. Borges tenía un extraordinario dominio del tema, de lo que estaba diciendo y del público. Hizo una serie de chistes. Por aquel entonces había habido aquella polémica entre Nabokov y él. Nabokov habló muy bien de Borges al principio pro después dijo que era una casa que no tenía nada más que la fachada. Borges sabía eso. En la conferencia le pasaban papelitos con preguntas, y le pasaron un papelito que decía: “¿Qué opina Borges de Nabokov?” Y dijo él: “¿Nanabobo… qué?” Y se acabó la pregunta. Pero no es que no pudiera pronunciar el nombre de Nabokov, es que era muy malo.

La cosa maestra fue lo que hizo en España, cuando le preguntaron sobre Machado. Dijo “¡Ah, Manuel Machado, qué gran poeta, extraordinario!” “No, no, Borges. Le hablamos de Antonio Machado, su hermano.” “¡Ah! ¿Pero tenía un hermano?”

A veces era como un chico caprichoso. Pero con el tiempo hay que darle la razón.

Era caprichoso pero muchas veces era justo. En literatura, cuando apuntaba en una dirección, era la esencial.

Dijo que García Lorca era un andaluz profesional, algo que molestó muchísimo a los españoles.

En España lo negaron bastante a Borges. Pero su obra es tan extraordinaria que no pueden seguir haciéndolo.

El hueco en el cielo

Bueno, vamos a hablar un poco de usted, Cabrera Infante.

Yo preferiría que Borges hablara de mí.

Quién sabe si no está haciéndolo.

¿Usted no conoce ese extraordinario pasodoble de Agustín Lara dedicado a un torero que se llamaba Silverio Pérez? Silverio Pérez había tenido un hermano llamado Carmelo al que lo había matado un toro. Y está ese momento extraordinario de Agustín Lara que dice: “Carmelo que está en el cielo se asoma a verlo torear”. De ahí se hizo un gran chiste en Cuba con el hueco que tenía Carmelo en el cielo. Sabe Dios si Borges tiene un hueco en el cielo. De todas maneras, yo creo que es justo que en la Argentina se hayan dado cuenta de qué clase de escritor tenían en Borges.

Se dieron cuenta cuando Caillois lo hace conocer en Francia.

No, yo creo que se dieron cuenta después.

Sí, después de que fue traducido al francés.

Pero Perón ya tenía alguna idea de lo que era Borges cuando lo hizo inspector de aves, porque si no, él no hubiera humillado a alguien que no fuera nadie.

Cuando Borges renunció dijo “Dado que no me siento capacitado para este puesto porque no tengo experiencia, renuncio”.

Alejo no junta votos

Sí, se mezcló la política con la literatura. Lamentablemente, en América Latina se mezcla la política y la literatura.

La idea, muy cultivada por ciertos personajes literarios y políticos de que existe América Latina es fatal. Existe más África que América Latina. Quieren englobar desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia. Eso es absurdo. ¿Qué tienen en común un cubano con un mexicano? Unos son indios y españoles y otros son negros y españoles. Tendría que ver más con Haití, pero, claro, la única unidad posible en América Latina es el idioma.

Haití es un ejemplo de lo que puede haber de tenebroso en una revolución. Haití era la colonia más exitosa de Francia en el siglo dieciocho. Dan una revuelta aprovechándose de la de Francia y todo fue de mal en peor. Con esa revuelta le hicieron un favor enorme a Cuba, porque todos los dueños de cafetales franceses se fueron para Cuba y se instalaron en el oriente cubano. Abandonaron Haití a los antiguos esclavos, que se portaron peor que los franceses, porque crearon a un señor que se llamaba Henri Christophe, que tenía una corte extraordinaria, un imperio donde bailaban el minué y vestían como franceses. Patético imperio porque era verdad que cortaba cabezas, que empalaba gente, exactamente igual como si hubiera estado en el centro de África. Era un negro loco.

Ese es El reino de este mundo de Carpentier, es un lindo libro. Pero la parodia de Carpentier que usted hace en Tres tristres tigres es extraordinaria.

Eso está basado en los excesos de Carpentier, en especial en El siglo de las luces. Pero yo admiro mucho un libro de Carpentier que se llama Los pasos perdidos. Me parece una gran novela, me asombra que la conozcan tan poco, porque realmente hay novelas menores en América que son más conocidas que esta.

Carpentier era un tipo verdaderamente fatal. Fue horroroso cómo se comportó, no porque fuera mala persona sino porque tenía una ambición desmedida de ganarse el premio Nobel. Fue por eso que regresó a Cuba, para que Cuba lo respaldara, porque él sabía que desde Venezuela no iba a ganar el premio. Hizo de todo, llegó hasta ir a Estocolmo para dar conferencias. Después pasó por Bruselas, donde yo era entonces agregado cultural. Lo fui a recibir. Yo siempre me llevé muy bien con él antes de irme de Cuba. Yo lo respetaba, porque era respetable como escritor. Y me dijo, con ese acento que está más o menos localizado en Tres tristes tigres, “He estado en Suecia y el Pguemio es mío”. Después yo me fui a París. Habían publicado mi primer libro y yo había conocido a Roger Caillois. Así que fui a la Unesco y le dije: “Acaba de pasar Alejo por Bruselas, venía de Suecia, donde ha dado unas charlas”. Y Caillois me dijo: “¡Ah, no le darán ahora el premio a Alejo porque lo que menos quieren los suecos es que vayan allí a hacer campaña electoral!” Y, efectivamente, así fue. No le dieron el premio y se quedó toda su vida esperándolo. Y cuando pareció que se lo iban a dar, murió.

Borges decía que el premio Nobel está para descubrir nuevos valores porque nadie los conoce.

A Borges no se lo hubieran dado de todos modos. Porque en la Academia tenía un enemigo muy poderoso, un señor que se llama Arthur Lucwist, que odiaba a Borges. Todavía, hace poco, dio una entrevista en España en la que se dice que Borges es muy importante poeta pero que se ha exagerado su importancia como prosista. Es un individuo que no entiende nada de literatura, es obvio, porque si dice eso es que no sabe leer…

La silla que nadie ocupa.

De los escritores del llamado boom que se pueden releer con placer, al menos para mí, uno es usted.

Claro, eso se debe simplemente a que yo nunca pertenecí al boom. Yo me negué porque era un exiliado cubano y estos señores que estaban en el boom eran políticamente intocables.

Pero lo han puesto.

Eso era una especie de club para caballeros escritores donde además era patético porque había cinco sillas y había una silla vacía para que viniera a ocuparla el candidato de turno. Ahí no colocaron nunca al peruano Arguedas. Arguedas se enteró un día que no pertenecía al boom y se suicidó. Todo eso fue verdaderamente tenebroso. Yo me negué desde el principio; aquí vino Tomás Eloy Martínez, en el año 68, a hacer una entrevista con los escritores que vivían en Londres, que eran Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y yo. Y él intentó hacer una foto de grupo y yo me negué. “No, no, yo no hago una foto de grupo porque yo no estoy en ese grupo”. Esto fue, como podría decirse, una especie de conspiración uruguayo-argentina. Lo del boom lo inventó Emir Rodríguez Monegal en París.

Alguien dijo que era un invento de los periodistas.

Para mí era un ruido.

Joyce y los dos galanes

Un lugar común es descubrir y decir que “el protagonista es el lenguaje”, pero yo diría que en su caso es cierto. Porque creo que, además del uso perfecto de todos los niveles de la lengua, hay una alegría del lenguaje, una especie de regocijo, un regocijo y un goce de la palabra. Sobre todo se aprecia en Tres tristes tigres. Además, usted cuenta y para mí eso es muy importante porque he notado que hay ahora muchos escritores que descreen del argumento. He estado en mesas redondas donde se decía que ya la literatura no es más “un argumento ingenioso”.

¡Como si fuera tan fácil encontrar un argumento ingenioso! Esto se desdeña y se prestigia “la reflexión sobre el lenguaje”, pero, curiosamente, no es la reflexión que hace usted, que en ningún momento dice: “Estoy reflexionando sobre el lenguaje”.

Siempre ocurre con los intérpretes de la obra literaria que suelen hacer espeso lo que es muy claro.

Nietzsche decía que hay escritores que enturbian las aguas para parecer profundos.

Pero Nietzsche también era un gran enturbiador del lenguaje.

Sabía de lo que hablaba.

Sabía mucho y además es uno de los pocos filósofos de los que usted puede decir que es un poeta además de un filósofo. Pero este asunto del lenguaje como protagonista se aplicó, como tantas cosas, por primera vez a Joyce…

Usted tradujo Dubliners, Dublineses.

Hace tiempo. En el año 70, aproximadamente.

Yo sostengo que la traducción es muy buena.

Lo que es muy bueno es el original. Yo hice varias trampas en esa traducción, como por ejemplo: a los “Dos galanes” los trasladé a cierto lenguaje cotidiano cubano. Porque no había manera de resolver los problemas del lenguaje de Dublin. E inclusive yo tuve muchos conflictos de traducción y una de las personas que más me ayudó fue nuestro limpiaventanas de entonces, Paddy, que era de Dublin. Y yo le pregunté muchas cosas porque no encontraba en ningún diccionario a qué se refería Joyce. Era que Joyce ya estaba siendo, como es obvio, un naturalista. Estaba escogiendo el lenguaje de la calle de Dublin.

Vivir en el cine

Pero hay problemas más serios que esos en cuanto a la interpretación literaria. Primero, porque los críticos literarios no existen. Hay periodistas que hacen reviews aquí, en Madrid, en París, pero no hacen crítica literaria porque no tienen la capacidad de ser críticos literarios. Aquí, a veces, tenemos el privilegio de tener en el periódico The Observer, que es un periódico dominical, a un hombre que se llama Anthony Burgess, que critica libros. Esa sí es una crítica de calibre porque Burgess es un verdadero hombre del Renacimiento. Es músico, sabe mucho de lingüística… y es un gozo leer esas críticas. Pero, en realidad, yo creo que la crítica literaria se ha refugiado en las universidades, es decir, la crítica literaria es básicamente académica. O por lo menos esa es mi experiencia, tanto en Francia como en España, como en los Estados Unidos.

Entonces, llegó a esta crítica literaria, incluso contagió a Emir Rodríguez Monegal, que no estaba en esas zonas, la crítica francesa a partir de Lévi-Strauss. El estructuralismo y el posestructuralismo, con gente como Derrida, Kristeva, que hacen una crítica que a mí no me interesa como tal. Puede ser interesante para enterarnos de la carrera de ciertos profesores, pero ahí termina todo. Hay una enorme, enorme confusión.

Lo curioso es que los críticos no se hayan interesado antes por el cine. No por el cine como experiencia de espectador sino por el cine como protagonista de historias. Es decir, la experiencia de contar como si se estuviera dentro de una película, con la mitología del cine, que es la única mitología que tiene el siglo. Y han dado con la idea de que eso parte de escritores sudamericanos. Eso se refiere concretamente a Manuel Puig y a mí, que fuimos la primera gente –que es lo interesante, a mi juicio, en Tres tristes tigres que asimiló el cine como una experiencia vital. Para Manuel el cine es más importante que los libros. Para mí también es muy importante, pero además era importante como lugar vital, era el sitio donde habíamos nacido y donde nos habíamos criado.

Pero la crítica latinoamericana no se ha enterado de esto y sigue con los análisis franceses, porque Francia ha sido, hay que reconocerlo, desde los naturalistas, un sitio donde va todo crítico a escoger su lenguale, a afinar su vocabulario y, sobre todo, a interpretar sus textos.

Y esto, para mí, es lamentable.

Ahora, yo creo que no hay crítica literaria si no es a partir del texto literario, que siempre es previo a toda crítica.

Es más, no hay crítica literaria que no sea crítica literaria. La crítica sociológica, la crítica filosófica, la crítica política, esa no es crítica literaria. Esa tiene otros fines, mientras que la única crítica válida es la crítica que se propone criticar a la literatura desde la literatura, para la literatura.

La moda viene de Francia

Podríamos decir entonces que la crítica literaria es un género literario, pertenece a la literatura.

Hace rato que pertenece. Es posible que sea un género literario desde Sainte-Beuve, a quien Proust atacó tanto, a mi juicio excesivamente, porque yo creo que Sainte-Beuve tenía parte de razón cuando decía que el libro era el autor y el autor era el libro. Ellos han decidido elegir a Baudelaire como gran crítico, pero esa es otra área crítica francesa. Y además los franceses, por razones de hábito, por razones de educación sobre todo, tienen una gran capacidad para opinar en abstracto sobre problemas concretos.

¿Y usted no cree que muchos escritores están escribiendo para satisfacer a los popes de la crítica literaria? Es decir, se escribe para los críticos.

Esto es posible. Pero, mire, hay un escritor muy popular, norteamericano, extraordinariamente famoso, una estrella de televisión, que se llama Gore Vidal. Este señor vive comido porque la crítica académica nunca le ha dedicado un libro. No se conforma con la gran cantidad de dinero que ha ganado, con los libros que ha aceptado el público, con sus puntos de vista también aceptados por cierto público, sino que quiere también una reafirmación crítica. Entonces, yo no veo que esté realmente mal que un escritor aspire a una crítica inteligente.

Sí, pero una cosa es aspirar a una crítica y otra escribir para una crítica.

Bueno, hay algo que se puede decir de antemano y es que a ningún escritor le interesa algo más que su propia obra. El escritor es el primer crítico. Yo, afortunadamente, tengo dos críticos, que soy yo mismo y Miriam Gómez, que lee con una capacidad de crítica asombrosa, sobre todo porque ella nunca le ha dado importancia a la literatura.

Otra vez Borges

Pero, en la Argentina, yo creo que ha habido un desplazamiento alrededor de Borges, que es apabullante. Pero eso no solamente es en la Argentina, eso es en el resto del mundo de habla hispana y es sobre todo en España. Yo lo ha dicho muchas veces, y parece una boutade pero es la verdad, que no existe en el idioma español un escritor como Borges desde el momento en que murió Calderón, en 1681. En ese momento la literatura española se detiene, todo el siglo dieciocho no vale para nada, todo el siglo diecinueve no vale para nada. Y entonces ocurre un fenómeno que en España no se esperaba: que un escritor de las colonias sea tan universal, que sean tomadas como punto de vista no sólo su literatura sino también sus opiniones sobre la literatura. A mí me parece que eso es muy apabullante y es muy grave que haya pasado en la Argentina, porque hay que tener una gran voluntad de crear para ser escritor en esas circunstancias, porque siempre estarán bajo el paraguas de Borges.

Y hay escritores como, por ejemplo, Manuel Puig, que para mí es un escritor muy original, que ha tenido problemas porque el mismo Borges fue muy cruel con Puig. La revista Newsweek entrevistó a Borges y le preguntó por Manuel Puig, que en ese momento tenía bastante importancia porque acababa de publicar uno de sus libros. Y dijo “Yo no conozco a Manuel Puig”. Ahí debió terminar todo, pero el entrevistador insistió y le dijo “Pero es el autor de una novela que se llama Boquitas pintadas”. “¡Ah, imagínese! Con ese título ya no hay que leer el libro”.

Era un chiste de Borges.

Claro que era un chiste de Borges, pero era un chiste cruel. Él ha dicho montones de cosas y además todas con un gran humor, pero en este caso fue muy terrible. Y esa es una verdad para la literatura argentina. Por ejemplo, Borges no ha dejado ver a Bioy Casares. Bioy Casares se benefició con la compañía de Borges, pero Bioy Casares tiene por lo menos una novela que es para mí la más grande novela escrita en español sobre el amor que es…

¿El sueño de los héroes?

No, La invención de Morel. Aquí me preguntaron en The Times Literary Suplement sobre libros que yo considerara que no se habían traducido al inglés y que debían ser traducidos. Me referí a un escritor cubano, a otro escritor más y hablé de Bioy Casares. Poco tiempo después publicaron una de sus novelas y mandaron nota que decía: “Bueno, por lo menos usted no aró en el mar”. Pero yo llevo mucho tiempo luchando con mi editorial, que es Faber & Faber, para que publiquen un volumen con La invención de Morel y Plan de evasión, y es imposible porque ellos no admiten que un escritor argentino que no sea Borges sea publicable. Esto es un dilema para un escritor ya mayor como Bioy Casares, me imagino que para la gente menor será espantoso.

Es la sombra del padre. Pero me parece que la herencia que nos deja Borges es la de haber roto con aquella otra herencia, la herencia española del fárrago. Introdujo la concisión del idioma inglés en nuestra literatura. Es lo que yo noto en su obra, Cabrera Infante, ese cuidado por la palabra, curiosamente nada “tropical”. Usted tiene mucho público lector en la Argentina, mucha gente que lo lee.

¿Y entienden?

Y entienden porque se acerca mucho a esa cosa porteña, ese pudor de la palabra.

Pues mi mujer me critica que pongo demasiadas palabras.

Hágale caso a su mujer, siempre la literatura es una operación de resta.

Extraños encargos

A partir de 1983 se publicaron en la Argentina libros que pretendían ser de ficción pero que, prácticamente, eran testimonios periodísticos. Creo que cumplieron una función informativa, sociológica casi, pero creo que fueron necesarios en ese momento.

Claro, ahí debieron haber tomado modelos como es el nuevo periodismo norteamericano, y como es un escritor excepcional polaco, que se llama Richard Capucinski, cuyos textos son pura literatura; aunque se apliquen a Etiopía, son verdaderamente conmovedores. El problema es que el periodismo da una inclinación extraordinaria al facilismo.

Pero hay un vuelco general en todo el mundo occidental que rechaza la ficción, de eso no hay la menor duda, de gente que prefiere leer periodismo a leer ficción, o de gente que quiere leer biografías o historias y no ficción. Este es un movimiento que viene caminando desde hace bastante tiempo, por lo menos 25 años.

¿Qué está escribiendo ahora, Cabrera Infante?

Desgraciadamente, mucho periodismo. Sí, claro, porque es más fácil, compromete menos.

¿No le quita tiempo eso?

Me quita todo el tiempo del mundo, pero tengo que vivir. Yo no puedo vivir de mis libros para nada. Yo subvenciono mis libros. A veces escribo un guión de cine y el dinero que me da me permite escribir otras cosas. Doy charlas. Pero yo recibo muchos encargos extraños; ahora el periódico Telegraph aquí me encargó que hiciera una crónica sobre la autobiografía de Marlene Dietrich. Todo eso me envuelve en una enorme cantidad de libros, para buscar de dónde salió lo que dijo Marlene Dietrich, que fue lo que dijo Von Sternberg, quien fue el que la inventó.

Yo escribo muy lentamente, me toma bastante tiempo. Estoy escribiendo ahora un artículo muy largo para La Nación sobre Capablanca. Ese artículo me está tomando más de un mes escribirlo, aparte del tiempo que empleé leyendo sobre Capablanca. En lo único que me concentro bien realmente es reescribir1. Yo no tengo el problema de la página en blanco porque yo no tengo página en blanco. Yo tengo un primer borrador que después reescribo, vuelvo a escribir, vuelvo a pasar en limpio. Me han recomendado que me compre un Word-processor, pero lamentablemente tiene una pantallita y como viejo fanático del cine que soy, seguro que me voy a entretener mirando la pantallita y no voy a escribir nada.

El trópico no daba novelas.

Bioy Casares dijo, hace poco, en una entrevista, que lamentablemente el cuento sigue siendo un género rioplatense, para argentinos y uruguayos, pero que no se le da importancia en Europa.

No, y eso es una cosa que siempre estuvo pendiente en Cuba, porque se decía que el trópico no daba para una novela, sólo para cuentos. Hubo muchos cuentistas en Cuba. Hay un cuentista extraordinario en Cuba, que de veras inventó eso que se llama “realismo mágico”, esa etiqueta tan llevada, Lino Novas Calvo, que escribió “Aquella noche salieron los muertos” y que ha muerto hace poco en Nueva York en condiciones verdaderamente terribles. Es un escritor increíble, pero la gente no lo conoce porque en realidad no se prestaba mucha atención a la literatura cubana antes de 1959. También Juan Rulfo es un cuentista considerable. Pero es cierto que en la Argentina era donde más se cultivaba el cuento.

Yo descubrí montones de cosas en la Argentina. Por ejemplo, la novela policíaca en la serie El Séptimo Círculo. Conocí a un hombre muy inteligente, José Bianco, que estuvo en Cuba. Yo siempre he considerado culturalmente a la Argentina un país esencial en América.

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Nota de La Idea Fija: Estas dos últimas oraciones son reconstrucción nuestra ya que en el artículo publicado en La Nación eran una única oración sin mayor sentido, producto de un recorte editorial fallido. Al final de esta sección hay otra reconstrucción similar.(volver)

Isidoro Blaisten nació en Concordia (Entre Ríos, Argentina) en 1933 y falleció en Buenos Aires en 2004. Uno de los grandes maestros del cuento argentino, su obra se caracteriza por el humor, el absurdo, el lenguaje coloquial y una cierta nostalgia y melancolía. Sus libros de cuentos son La felicidad (1969), La salvación (1972), El mago (1974 y 1991), Cerrado por melancolía (1982), Carroza y reina (1986) y Al acecho (1995), además de las antologías Dublín al Sur (1980), Cuentos anteriores (1982), A mí nunca me dejaban hablar (1985) y Antología personal (1997). En ensayo publicó Anticonferencias (1983) y Cuando éramos felices (1992). Póstumamente apareció la novela Voces en la noche (2004) y en poesía sacó un único libro Sucedió en la lluvia (1965).