La literatura nos salva del sinsentido

Ilustró Saurio

La literatura nos salva del sinsentido
Flavia Costa

Publicado originalmente en Ñ, 20 diciembre de 2003

Hay infortunios fructuosos. Fíjense si no en Isidoro Blaisten: quiso ser rico, viajar por el mundo, ser empresario exitoso, cumplir el mandato de familia. Y como decía Borges de Chesterton: quiso ser enfático y optimista como John Bunyan, pero por suerte fue feroz como Kafka. Es decir, fracasó en todos esos proyectos vacíos de vida y se hizo escritor. No sólo eso: es un autodidacta de lujo que —tras haber sido redactor publicitario, periodista, librero—desde hace un año integra la Academia Argentina de Letras, por dar un ejemplo sencillo
También fue intuitivo: en 1959, cuando aún era fotógrafo, le dijo su jefe que alguna vez viviría en a Torre Morea, en Marcelo T. de Alvear y Talcahuano. Hoy vive en un altísimo piso de esa torre, desde donde se ven el río y el obelisco, el Kavanagh, el sol cuando nace y cuando muere. Blaisten además, un entrerriano de gstos afinados y un irreverente de salón, de ésos que saben cómo decirlo todo con bromas y anécdotas lujosas. Como cuando dice, al pasar, que "de adolescente quería ser un intelectual: decir en una hora lo que podría decirse en quince palabras, y que la gente me dijera: 'muy bien, Isidoro, cuánto aprendimos de vos'. Pero no pude: me daba risa".
En estos días, el autor de Dublín al sur está terminando su primera novela, "un policial con mucho humor, que tiene 250 páginas y 250 capítulos". El hecho, quizá cotidiano para otro escritor que no fuera él, le resulta de lo más curioso. "Es que el cuentista, es cuentista siempre. Es como nacer rubio o petiso".

—¿Qué lo llevó, entonces, a cambiar de género?

—Desde hacía un tiempo estaba maliciando que los cuentos me empezaban a salir un poco largos. En Al acecho, por ejemplo, hay un cuento de 60 páginas. Yo siempre escribía mucho y después lo sintetizaba. Pero cuando vi que la cosa crecía dejé que hiciera su vida. Veremos ahora qué destino tiene. Es un libro pretencioso, porque no me animo a decir ambicioso. Siempre sostuve que hubiera deseado que mis libros le gustaran a Roland Barthes y a los muchachos de San Juan y Boedo. Hace poco, la Asociación Amigos de San Juan y Boedo me dio un premio, pero Barthes nunca me llamó…

—¿Está cómodo o siente cierto extrañamiento con el cambio?

—Extrañamiento es una buena palabra. Porque en un cuento, uno nunca se pierde. Agarra un personaje y le sigue el rastro. En una novela son demasiados elementos, personajes, idas y vueltas. En ningún cuento podés darte el lujo de detener la acción, como en Crimen y Castigo, en la escena en que Raskolnikov está por matar a la vieja, para ponerte a preguntar de dónde venimos, adónde vamos, qué es lo primario: el ser o el pensar. En una novela uno puede dispersarse, navegar por las historias.

– Dicho así, parecería que el del cuento se asemeja al sistema del obsesivo, puntilloso y en profundidad, y el de la novela al del histérico, que pasa de un lado a otro y sobrevuela todos los temas. ¿Habrá algo de esto?

—Puede ser. ¿Me estaré volviendo un histérico? No, no creo. No veo la hora de volver al cuento. Y sigo siendo un meticuloso grave. Me cuesta mucho terminar las cosas. En una editorial no me dejaron entrar hasta que saliera el libro, porque yo llegué a ir a corregir sobre las películas vegetales.

–¿ Qué es lo primero que les dice a los alumnos de su taller?

—Ustedes son masoquistas que me pagan para sufrir. Y después: si vienen a buscar la aprobación, olvídenlo. Vengan a superarse, a escuchar la música del texto. porque como decía Stevenson, en un buen texto, todas las palabras miran para el mismo lado.

–¿Se acuerda de aquella frase de Nietzsche: 'Di tu palabra y rómpete'? ¿Qué sucede cuando dice su palabra libro tras libro? ¿Se reconstruye cada vez?

—Sí, se produce un vacío, pero yo tengo una pequeña tabla de salvación, que es la poesía. Para mi la literatura es un sistema de salvación, que es la poesía. Para mí la literatura es un sistema de salvación. Pero hay otra, más escondida y poderosa, que es la poesía. Ella pertenece a un sistema misterioso que rige el mundo. ¿De qué nos debería salvar la literatura? Del mundo gobernado por la estupidez humana, del sinsentido. Ahora, esto depende de tu posición ante la literatura. La literatura puede envolvernos como una pintura o un barniz, o puede hundirse en el corazón. Puede ser los guantes o ser la piel. Una cosa es un literato, la otra es un escritor. Y para mí, indudablemente, la literatura es la piel.

Flavia Costa nació en Morón, en el oeste del Gran Buenos Aires. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es investigadora, docente de la UBA y de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.