A manera de prólogo y reconocimiento
La tapa de este libro fue compuesta sobre el fondo 
        de una carta del poeta entrerriano Juan L. Ortiz enviada el 16 de marzo 
        de 1939 desde Gualeguay, Entre Ríos, al poeta José Portogalo.
Anarquista en su juventud, apóstata, José Ananía (quien 
adoptó en los años treinta el apellido de su protector y 
padrastro, Portogalo) arañó cierta fama precisamente en esa 
década y de una manera insospechada: su extraordinario libro 
Tumulto, aparecido hace exactamante 64 años, en el mes de 
noviembre de 1935, provocó un escándalo político, religioso 
y literario por su tono subversivo, injurioso y apasionado. Se ganó un 
premio municipal que nunca le pagaron y luego le confiscaron, pero agotó 
insólitamente una edición completa de mil ejemplares.
Se había convertido por entonces en el primer poeta ciudadano y culto 
con la realidad social metida debajo de las venas de su agrio humorismo, 
descalabrado, orgulloso y triste. Eran esas épocas tremendas, de 
persecución política, de hambre, dolor, angustia y absoluto 
desprecio por la dignidad humana. El poeta de 
Tumulto–nacido en la 
Calabria pero porteño desde sus 4 años—les cantaba a los 
cañilllitas, a las maestras y a los proletarios, a las prostitutas, a los 
seres sin familia y sin techo, sin amor y sin compasión.
 
Tumulto es el tercero de sus 12 libros, 
        el que sin duda revela su lírica intransigente. Después vinieron otros, 
        tal vez más prolijos, tal vez más acorde con su época de mansedumbre militante, 
        cuando más cerca estuvo de Raúl González Tuñón y Juanele Ortiz, de Nicolás 
        Guillén y Pablo Neruda, amigos todos –americanistas, chinoístas, 
        prosoviéticos--, envueltos todos en la mística revolucionaria de los años 
        cuarenta.
A Ortiz lo unía su pasión irrenunciable por la China de Mao y 
el tabaco negro. A Neruda y Guillén la camaradería partidaria, 
sumisión que exigía la Madre Rusia. Con Tuñón 
compartían el tinto y el semillón, la redacción de 
Clarín, la amistad de sus mujeres. A Ortiz y Guillén, cuando se 
llegaban hasta Buenos Aires, los hospedaba en el departamento que alquilaba en 
Villa Ortúzar, sobre la calle Avilés, casi esquina Estomba. A 
Ulises Petit de Murat –su otro yo poético, su más 
íntimo y fiel amigo, su contracara católica y anticomunista, su 
compinche futbolero—le disputaba el vínculo con Juanele y los 
invitaba a ambos a comer por los boliches cajetillas de Belgrano.
Con los dos últimos hacían un trío estrafalario: Ortiz, 
flaco como una espiga, ya doblado como un junco, con sus anteojitos y su 
boquilla larga y finita de hueso y ébano. Petit, con su traje gris perlay 
chaleco, bigotito gris y sonrisa gardeliana, con apariencia de banquero o de 
aristócrata arrepentido, y el viejo Porto –menudo, con su andar de 
cachafaz, pelada incipiente, el encendedor carucita y el paquete rojo de 
Particulares en la mano—discutían airadamente de política. A 
veces, los domingos al mediodía, en la casita de Villa Ortúzar 
donde vivía, Dominga Gualtieri (la madre de Portogalo) amasaba tallarines 
y se les unía Tuñón. Al terminar, los cuatro salían 
a tomar mate amargo hasta la puerta de calle, se sentaban en el cordón de 
la vereda o sobre un escalón de la mueblería de al lado, y miraban 
el picado de los chicos del barrio con pelota de goma. Discutían mucho de 
fútbol. Ni falta les hacía hablar de poesía.
En la carta que le envía Juanele desde Entre Ríos es posible 
también detectar qué otros intereses compartían los poetas: 
"Querido Portogalo: Recién puedo contestar su carta. No 
tenía gallinas. Me las robaron. Encargué a un hombre me 
consiguiera un casal de ‘legos’. No sé si serán puros. 
Es la raza que más les conviene a sus viejos porque es la más 
ponedora".
Las aves eran para el gallinero de Dominga Gualtieri, 
        del que se alimentaba toda la familia de los Ananía y buena parte del 
        barrio de Calabria, asentado entre Colegiales y Villa Ortúzar. Las dificultades 
        económicas y esas formas domésticas de resolverlas se mimetizaban, como 
        le cartea Ortiz, con una 
"necesidad más profunda: la expresión 
        lírica".
Sirvan estas líneas como homenaje y agradecimiento a quienes 
        –tal vez sin proponérselo, maestros—precedieron con los suyos 
        estos versos, que tampoco hubieran podido constituir libro sin la amistad 
        y generosidad de Héctor Aguirre, su impresor, y de Leda Agostini, su diseñadora.
      
 Pablo Ananía
Buenos Aires, noviembre de 1999 
  
  De Elrroy, casi textual 
    
  ¿Es que todavía no has escuchado la melodía
    de esa música nunca tocada que es el amor? 
  
    
    
    Portogalo  
    Estabas en lo cierto: todo
    es lo que es, nomás vacío,
    tu acordeón detenido,
    tus ojos olvidados
    en la oscura pobreza.
    
    Brevísimo,
    un instante de olvido
    musical. 
  
    Persistencia del error  
    Hemos construido este país
    desde el principio al fin equivocados.
    Creer, confiar, ése fue el error:
    
    Sobre la calle Avilés, en Villa Ortúzar, contra
    una ventana estrecha que daba al patio
    había una cama enorme unida a la pared. Allí dormían
    dos ancianos en el hedor evanescente que genera
    la vejez. Dormían felizmente, más allá
    de toda duda y sobresalto, no porque el sueño
    silenciara el deseo: el teatrillo de la vida,
    dormían en el silencio de la pobreza,
    tan felices de llegar a viejos en América. Tan felices
    con la mente que más allá del mar memorizaba
    las cumbres de Catanzaro, nombre de la Calabria
    donde la belleza perduraría en vocales
    mal acentuadas y ásperas pronunciaciones.
    ¿No son acaso esas fotografías que hoy alguien contempla
    bellezas para el geómetra, sin grietas esos rostros, sólo
    curvas y gestos distinguidos, como si Leonardo, con desinterés,
    hubiera trazado con lápiz grueso su condición de viejos
    y en vez de roca o guijarros de montaña recreara aire y agua
    como el modo de un pájaro a través del océano?
    ¿Cómo no amar esa constancia, esa belleza, 
    ese espíritu tan italiano, esa persistencia del error?
    
    Físicamente muy favorecido y gentil, enfundado
    en su traje oscuro y lustroso, el viejo andaba siempre
    con tacones altos y ropas de despedida.
    
    He venido aquí a sentarme,
    no a pensar, sólo a sentarme, se diría que dice
    el pantalón. He venido aquí a que miren
    las chicas cómo es
    un paisaje surrealista: el sombrero
    requintado, la nariz aplastada, algo enrojecida
    por el alcohol, un cubo de madera en el culo
    y la mirada, ah, la mirada, como un rezo,
    una catedral abierta, un junco que se estira
    eternamente.
    
    Viejo, te has equivocado, has concebido hijos
    y no hay paz después del error. ¡ Venir
    aquí a destruir, venir aquí a sembrar
    donde sólo se cosechan penas, venir para nada!
    Creer, confiar, venir, ése fue tu error.
    
    He venido a mirar, he venido a sentarme, he venido
    a criar a un hombre y a una mujer con dentaduras
    perfectas. ¿Fue ése un error? He concebido
    hijos en varios matrimonios, he nacido con ellos 
    una y otra vez, todos con dentaduras perfectas.
    ¿Fue ése un error, una desgracia, una afrenta, una desdicha?
    
    ¿Quién puede creer que olvide los olivares de mi pueblo
    en la cumbre de Savelli en Catanzaro?
    No supe olvidar.
    
    Al morir, unas ramitas secas que guardó
    celosamente la última esposa, ramitas
    de olivo del olivar natal, en el ataúd, próximas a su cabeza,
    dieron cuenta de su error: no supo olvidar.
    
    En cambio, ella prefirió el asilo, un hospicio, un remoto
    y lóbrego caserón de Morón donde instaló su cuerpo
    y extravió su mente y a cada hombre le dijo hijo y a cada mujer
    le dijo Filomena, en memoria del único hijo muerto
    y de la hermana que pasó sus días
    encerrada en una habitación, la mano en alto, la palma
    de la mano abierta, despidiendo a su amante, un calabrés
    llamado Berto que cayo de un andamio gritando Filomena.
    
    ¿Fue ése un error, ella volverse loca,
    caer al vacío el albañil, 
    un error, una desgracia, una afrenta, una desdicha?
    
    Esa mano abierta fue su error.
    ¿Adiós a qué? ¿No resulta
    más conmovedora una lluvia de flores
    caídas del paraíso de la calle Avilés, ese perfume no?
    
    Despedirse fue su error.
    Despedirse significa amor, deseo, y significa
    vacío, significa dolor.
    ¿Y allá arriba, el aire de Calabria
    y las aves, gaviotas y cuervos
    no decían adiós?
    
    Filomena Gualtieri: venir, despedirte, ése fue tu error.
    Doménica y Filomena Gualtieri,
    Berto Salvatori, Portogalo José, Ananías
    o Ananía y su familia italiana
    unida por el error a los judíos llegados de Polonia por error:
    ya no queda de ustedes otra cosa que el error.
    
    LLega furtivamente la noche y se instala
    en el alma de Israel Ambas.
    Eva, su hija mayor, anhela de Ananía
    un hijo varón para darlo en ofrenda
    al Padre y Señor: hijo varón de vientre judío
    no debería provocar desazón.
    Pero los significados ya nada significan.
    Comunista, réproba, unida a los italianos, ya nunca más
    judía, ella enfermará su vientre y, sin desdicha real,
    romperá para siempre la ilación de sus pensamientos.
    
    ¿Acaso ha mentido, fue infiel, no ha consentido
    y acepado el odio de su raza, no ha perdido
    prematuramente a su madre, no hubo dolor
    suficiente en su vida para llenar un espejo de hastío?
    ¿Cuál fue su error?
    Creer, confiar, soñar, tener
    un hijo varón: ése fue su error.
    
    Apartaste las manos de tus ojos y viste
    cómo es el horror, el personaje del horror, la ambigüedad
    del horror: el fruto del pecado es pérdida horrible de vivir.
    
    Es el teatrillo de la vida. Alrededor sombra y grotesco:
    títeres alrededor que hacen gestos ridículos,
    las risotadas que despierta el titiritero
    ahuecando la voz, el vistoso trabajo antiguo de resucitar
    lo inservible, vocesitas italianas cavando en el vacío
    sin lograr que se calme el gentío, argentinos
    muertos de risa, acostumbrados a la fatalidad.
  
    
    
    En el camino de los siete lagos  
    Quien posee el lenguaje,
    todo lo dice dulcemente
    y no lo hace para sí mismo,
    no para sí. Músicas, aires del sur,
    el febril perfume de los jardines,
    de prisa, velozmente, el camino revela:
    forman lenguas las hojas y las llamas
    voraces de la edad devoran
    bosque tras bosque almas asidas al ramaje.
    ¿Habla el paisaje de que es más heroico
    partir, de que nada en vanidad subsiste?
    ¿De qué especie extraña que ser
    quiso persona? ¿Habla del rito de aves
    que enfrenan el curso del viento?
    
    De prisa, velozmente, el otoño llega.
    De prisa, velozmente, vacía.
    
    ¿De tan malas artes de ojos habla el paisaje
    jamás antes en libro concebido?
    
    De prisa, velozmente, el otoño llega.
    De prisa, velozmente,
    el aquietamiento de mis caderas. 
  
    
    
    Todos ellos en mí  
    
    
    En mí uno que protege fieramente
    la tumba del Dante, otro no sabe qué,
    continuador sin ley. sólo pendiente
    de su posible distracción de eterno.
    
    Aquí yace: un Mallarmé por error, desatento,
    perdido en la filigrana transparente de la noche
    sin fin. Aquí, la traza desvalida de Leopardi.
    ¿Acaso esa voz temible como epílogo?
    
    Esa voz temible como epílogo:
    fui estéril y mi débil contextura yo maldigo.
    Esa voz aguda como rencor me crispa.
    No quiero su epitafio:
    amo todavía nuestro haber reducido
    a la ilusión que amanece en el río,
    amo el perfume de esta ciudad sombría,
    amo mis hábitos compulsivos.
    
    De Machado, en su grito y en su rima, amo
    su afiebrada, campesina metafísica.
    Amo de Marechal su celosa geometría,
    no abrirse las nalgas con lujosos rebenques
    sino la vertical del santo, mudo en su anonimato. 
  
    
    
    Lectura de L.K. 
    Su casa huele a pan caliente, a gas, a café ácido, 
    a óleos
    recientes, a tapices. Todo con un aire
    de falsa huida. Agravios no le faltan:
    se los puede reconocer en las cicatrices
    del texto, consecuencia de castigos y cirugías.
    La concibieron, sin duda, entre libros
    de Goodis o de Prather, padres en discordia, mentes
    de cholos en horas de avaricia. Ella responde
    claramente a esta descripción: espinazo de papa, blando
    y sensual, cabeza de alacrán, ojos enormes
    como fragmentos de lapizlázuli que brillan
    con una luz interior, lengua que sabe vagamente a canela,
    pezones duros como carbones al rojo, pintura labial
    tenue, un toque de polvo en las mejillas y una nalga
    grabada, a punzón, con el nombre del escultor
    como marca de fábrica. En su idioma hace que mira
    desde un espejo roto cuando estalla la afasia. 
    
    
  
    
    
    Sentido 
    Quizá sea éste
    el sentido del arte: 
    ir como una mosca
    en derredor de la luz, encontrar
    sin malicia la muerte. 
    
    
    
    
  
    
    
    Carta  
    
    
    Querido mío: hablemos de la utopía,
    el no lugar, el puerto inexistente de Nietzche
    donde fondean las almas luminosas
    y se puede preservar el recuerdo
    de una antigua amistad- Allí se reúnen
    los que fueron convertidos en piedra
    por obra del destino y aquellos cuyo corazón
    reconoce el lenguaje del otoño.
    
    Hablemos, querido mío, de nosotros.
    De mí, tan cerca del otoño tardío
    que en las más íntimas medianoches me susurra
    una despedida no del todo admitida.
    
    Estás en casa, querido, en este puerto
    casi inaccesible que imagino para los artistas.
    ¿Y que es este espacio sin límites,
    este fulgor, qué es?
    ¿Tu deseo quizá de lo inmediato,
    las mujeres hipnotizadas de Coghlan,
    perversas, difíciles de expulsar, o la amargura
    cebada del mate en las mañanas
    para desahogarnos con blasfemias las broncas,
    el dolor con monólogos?
    
    Estás en mí, mi yo extraviado.
    No importa si en tu interior se ordena ambigüedad,
    si nunca partiré de este muelle doloroso.
    No ceses la ilusión: 
    cuánta luz en la sombra tu palabra.
    
    
  
    
    Un giro del destino 
    Se inclina ante la inmutable montaña
    como si se tratara de una mujer.
    Le recuerda el vigor de la madre
    sustituta que aliviaba su angustia
    con extrañas bebidas y oraciones.
    
    Nacida en la cumbre de otra montaña
    en Catanzaro, hambre y miseria
    la llevaron a la ciudad de las oportunidades,
    una América donde el arcoiris
    existía en estado salvaje, donde la tierra
    se hacía río y el río
    olvido. No era
    sino dignidad de lo humilde
    y grandiosa belleza
    ese cuerpo macizo, su deseo
    de protagonizar nada, ser
    nadie.
    
    Ese fue tu destino. Pura
    presencia del cuerpo
    sobre el carácter, pura
    montaña en la oscuridad
    argentina.
    
    Pero hubo desorden
    mental, un asombroso efecto
    de levitación en su hijo
    parecido a la mutilación 
    de un pedazo de su memoria
    situado a medias en el cerebro, 
    a medias en el corazón.
    
    (Como inmensos islotes en su mente, así
    también la ciudad padeció el caos: con sólo
    estirar el pescuezo sobre la ruina
    de fábricas destruidas
    ahora se puede observar que se ha perdido
    algo muy importante
    en ese proceso metafísico
    de aquel sitio al que llamaban Casa.)
    Luego vino un giro del destino, el drama
    del silencio, de ruptura, de umbral, de rompimiento.
    
    Al que había criado como un ser unívoco
    de cabo a rabo una rajadura en el yo
    lo desbarranca. Nada, nadie, otra vez
    nada, sólo el deseo infantil
    de perderse en la montaña. 
    
    
    
  
    
    
    Formas  
    Mañana cuando nazca de nuevo,
    caeré vencido nuevamente
    con la medianoche siempre en el corazón.
    
    Todo esto cuenta, sin embargo:
    la Aparición, ¿en qué realidad?, de una langosta
    con cabeza de asno como quería Renard.
    
    De esas formas hablo:
    una langosta con cabeza de asno
    en la ciudad prostituida.
    
    Inútil ir más lejos:
    en mi mente las arañas de la lengua tejen
    sus tiendas nocturnas. 
    
    
    
  
    
    
    Café de putas  
    Entre sombras leves y amnésicas, ausente,
    con sus ojos en desvariada contemplación,
    empolvada hasta el paroxismo, invento para ella
    las palabras más dulces, las más
    nocturnas, hasta que adivino que la consuelan
    porque une sus labios, inicia una plegaria. 
    
    
    
  
    
    
    Fotografía  
    Reclinándose, la cabeza
    en la curva de su brazo
    caída hacia la izquierda, yéndose,
    recienvenido de las sombras,
    padre mío, perdido.
    
    Nada de lo que digas será oído
    a orillas de este mar que se disipa.
    Materia mortificada y corrupta esa fotografía
    tiene su olor de sepulcro, de muerte.
    Una ilusión la curvatura de tus hombros, la proyección
    de tu cabeza, caída hacia la izquierda.
    
    Piadosamente llevo mi mano hasta tu rostro
    y es como un amén el retorno fugaz
    de tu palabra. 
  
    
    
     
    Ilusión 
    (Para Abril)
    
   Ojos somos el uno para el otro, espejos
    que reproducen tus ojos mis ojos sin habla.
    
    
    
    
    
  
    
    Teoría 
    (para Ángel Bonomini, en su memoria)
    
   ¿Sin fe acaso, errando, tan de agregar inmediatez,
    vaciándome el cuerpo como modo de ensayar mis dudas?
    
    ¿Es esto lo que queda: mi cuerpo
    ya no es mío, mi mente es sólo pérdida?
    
    Teoría: esas formas no están libres de tu pena. 
    
    
    
  
    
    
    Final  
    
    
    Cuando caiga el telón y todo
    haya quedado a medio hacer
    surgirá de golpe lo no efímero:
    retratos, flores secas, reliquias.
    
    Cercado es todo, reducido
    a un vaho gris, un polvillo letal.
    Y yo, retraído a mi forma
    original sin luz, en el hueco cruel
    del pensamiento en sí. 
    
    
    
  
    
    
    Ausencia  
    
    
    ¿Ya no he de oír
    esa lengua
    apagada yo
    fragilidad de otoño?
    
    ¿No más
    las citas románticas
    a oro crepuscular
    de cielo hipnótico
    rendidas
    
    ni tales 
    acorde que nadie
    en realidad
    ninguna mano
    de ámbar o forma
    femenina ejecute?
    
    ¿No he de escuchar
    esa lengua
    apagada yo
    fragilidad de otoño
    que a la razón renuncia
    lenguaje y moral en rima ocultos
    y más aún anestesiado el cuerpo de continuo seco? 
    
    
    
  
    
    
    Vacío  
    
    
    ¿No hay en realidad
    verbo sagrado 
    ni vivo
    presentimiento de ojo
    que al expirar redima
    ni ángel que ilumine
    lo que en amor creó?
    
    ¿No es en verdad carnal
    lo sobrenatural, materia impía,
    un agudo, vibrante
    y altísimo Yo
    que lee siempre pérdida
    cuando estoy de mí cautivo,
    el yo de mi mente
    cegado en su propia adoración? 
    
    
  
    
    
    Ofrenda  
    
    
    (A Francisco, desde San José, Costa Rica) 
 
    Todo me huye ahora.
    La memoria, la razón
    en sí misma confundida.
    
    Pero es un privilegio
    padecer tanta pérdida:
    mis dedos musicales
    quisieran nombrar, decir
    palabras de laberinto,
    cerrar y abrir cada día
    con una señal de la cruz.
    
    Han dejado, en su lenguaje,
    un sabor entrañable de paraísos
    aunque mis labios ya no sepan
    dar el agua que se pierde.
    
    Es un privilegio tanta pérdida:
    lo que nunca existió no puede nombrarse.
    
    En esta tierra hostil, al llegar diciembre, terminadas
    las lluvias, descansa mi alma en un viento seco.    
    
     
Milagro que oscila entre los árboles:
    ¿no debo entonces en nombre del dolor
    revelar por quién se prolongan mis días?
    
    Yo esperaría un poco para nombrarlo.
    Es un idioma secreto y dulce al oído el que susurra.
    
    Como Cristo
    sin situación ni nombre
    resucita:
    confusión de la luz
    sin rastro alguna de teoría
    hace nido
    
    en el vacío de mí. 
    
    
    
    
    
    
    Encuentro  
    
    
    He recuperado, Portogalo, lo que usted enseñaba.
    Veo la vida desde la muerte.
    Y aunque pueda probar no obstante
    que nos amamos, otra música ocupa
    el lugar de su ornamento, una música insensata.
    
    ¡Tantas vacilaciones en la invención
    que no tiene ojo ni oído, sólo una trama hecha
    de remordimientos y de hastío!
    
    He recuperado, Portogalo, lo que usted enseñaba.
    ¿Otra vez Cristo en casa? 
    
    
    
    
    
    
    Tumulto  
    
    Portogalo, condenado,
    ¿quién te humilla?
    
    ¿Quién te obliga a correr
    de zona en zona, qué alquimista
    somete tu emoción
    a frases secas, qué mucho significa
    tu cólera anarquista?
    
    ¿No fue por alguien dicho
    que es todo entrega, anhelo,
    entregarse
    y sólo en Uno recibir
    aunque nunca con dicha?
    
    Los hombres no han cambiado,
    de espaldas a la vida, agonizan.
      
      Flotan como fantasmas, ojos sin párpados, párpados
      sin pestañas, cuellos sin cráneos, cuerpos sin alma.    
    Ese es mi infierno, Portogalo: nunca con dicha. 
    
    
    
    
    
    
    Salomé  
    
    
    No amabas. Necesitabas
    ser amada. Hembra
    de presa, fuiste como el reptil
    inviolado de Mallarmé. 
    
    
    
    
    
    
    
    
    Patria mía  
    "Un día en que nada creció, ni murió nada"
      Eunice Odio
      
      La existencia que se encuentra a sí misma, dice Machado,
    eigentliche Existenz, que ya no huye ni se dispersa
    en otros seres, es lo que la angustia nos revela. Es
    la existencia humana, finita, humillada, pero absoluta,
    que surge en nuestra conciencia con la angustia de la muerte.
    
    La muerte, dice Machado, es la existencia en sí misma
    en trance de alcanzar su propio fin. La angustia de la muerte, dice
    Machado, es en realidad una expresión del desamparo
    frente a lo infinito, lo impenetrable, lo opaco.
    
    Pero en el camino hacia abajo de la existencia a la deriva,
    la existencia que huye de sí misma, uneigentliche Existenz,
    fenómeno por el cual uno deviene otro y nadie él mismo,
    sólo hay temor: ni muerte ni no muerte.
    
    ¿Quiénes somos nosotros, lejana tierra mía,
    quiénes somos nosotros, ahora que estamos
    sin más patria que el miedo? 
    
    
    
    
    
    
    Ernesto 
    No sabe si la frase es de Keats
    o si la ha leído en Wilde, pero le parece
    por momentos que es realmente suya:
    trust not the reason of those smiling looks.
  
 ¿Acaso habla de sí mismo, 
    de ese mal que lo acosa,
    de su amor por un muchacho
    que le huye y desprecia?
    
    Cuando lo observa sonreír
    ya no da crédito a sus ojos.
    ¿Es una ilusión el río, la poética
    masculina de agua viva
    que discurre entre sus piernas?
    
    Sueña que llega a su cuerpo
    como lo haría un fiel al
    penetrar en el santuario,
    yendo desde el exterior
    hasta las hojas de la puerta.
    
    Con una voz que no parece la suya
    pronuncia su nombre
    y él dice que sí con los ojos sonrientes
    pero habla del último de sus viajes a Roma,
    una ciudad –sonríe- cuyos hombres
    te provocan a un tiempo éxtasis y pavor,
    esa imperfección que a veces
    estremece y atrae. 
    
    
    
    
    
    Arte  
    
    A veces surge en mi mente
    una escena de amor 
    que no te incluye
    y se extingue rápida en invariablemente
    en un paisaje melancólico. 
    
    
    
    
    
    El hombre olvidado  
    
    Donde ya nadie te ve
    donde nube y piedra son una
    sola forma y una sola materia
    
    y la luna desaparece
    y rueda la piedra
    en la ondulada Carpintera
    
    al pie de la montaña
    donde nadie te ve
    del todo olvidado
    
    sin ser el que eras
    sin ser todavía
    el que piedra se anhela. 
    
    
    
    
    
    No diré  
    No diré: mi alma se partió
    como un vaso vacío.
    
    No diré, si está de manifiesto
    mi fracaso, a qué gema, perla, plata.
    Sé que en la casa, en paz, abierta,
    rehúso el oro de la palabra. 
    
    
    
    
    
    Fiesta  
    
    ¿De qué banquete opulento
    no fui fin ni fui principio?
    
    Esto en verdad cuenta: mi lengua
    se infecta en ese sitio apoético.
    ¿Ser tal, dejar de serlo?
    
    ¿Por cuerpo que no 
    amé, ángelus perpetuo?
    
    Resucitemos el término: ángelus.
    ¿En honor de la reencarnación? 
    
    
    
    
    
    Falso Cristo  
    
    Artistas rotos
    en honor de la reencarnación...
    ¿No suena memorable?
    De error en error, querida mía.
    La idea un falso Cristo anunciaba:
    no nos une la Pasión, no mi avidez
    de cuerpo virginal:
    ¡anhelo de ramera en casa!
    
    Débil, enferma y codiciosa puta:
    no hay ojos aquí, sólo artificio.
    Da placer simular: no ver semen u orina
    no cuerpo vivo sino gema
    en el espejo.
    
    ¡Falso cristo el demonio fatal del pensamiento! 
  
   Tirando dados 
 "Toute pensée émet un Coup de Dés"
        Stéphane Mallarmé
      
      
    Para Carlos Andaló, Sergio Brunetti y Leopoldo Rabinovich
     porque lograron subvertir el dominio del azar 
 en esta última partida de dados de incierto final:
 me devolvieron 
        Buenos Aires, y con ella, cierta paz, el olvido de lo íntimo. 
            
 
            
      I
      No hay ojos aquí
        sólo agonía
        
        sombra ocular y polvo te ruego
        alta mujer
        con perfumes en frasquitos de alabastro
        te ruego
        dejar de ser una forma bastarda
        nadie que diga cómo
        
        nadie que diga quién
        agita un cubilete
        con la mano izquierda entrecerrada
        tan cerca de su oreja
        
        alta mujer
        te ruego
        que el daño espere debajo de las mesas
        te ruego por las muchachas que esta noche
        renuncian a su amante
        
        un seis un seis
        te ruego
        todo se perdona
        en una noche de juego
        un seis
        nadie que diga cómo
        nadie que diga quién
        quién será otra
        con la cabeza escalpada
        los ojos vaciados
        esos ojos están hechos
        en parte del abismo
        del que vengo.
        
        ¿No suena memorable proposición te ruego
        tan fresca e inasible no desnutrida ebria
        su mano delicada su piel yo que temía
        esa traición?
  
 
II
De letra reducida a la ilusoria
        la trágica ilusión con que la muerte
        a doler sin sosiego confunde el pensamiento
        rara vez se entiende que subsista
        ausente la emoción se cree
        el tiempo no se mueve
        sólo el idiota en su aislamiento.
        
        Ausente mi noche triste
        todo lo que he leído todo mi desprecio
        serio burlesco todo
        llantos votos ruegos duelos.
        
        Se muere rara vez se cree.
        Se cree rara vez se muere.
        
        ¿Decir yo musical yo fragmentado
        es poner fin no dar comienzo?
        
        ¿No rima dada a la llaga
        sino lenguaje todo doble
        y boca a daño cementada?
        
        Resumen: ahora es hace tiempo.
        Cuentan las huidas: no de ave
        o nave en mar desierto
        sino del hueco fiel 
        del pensamiento en sí
        hacia el ofrecido don
        de ser espejo, copia, resucitado sebo.
        ¿Ser de Pound, ser el extranjero?
        
        ¿Negaré con mi voz de falsete
        que sólo puntuaciones fueron,
        clorosis para mis ronrons líricos?
        
        ¿Están en mí mi yo extraviado?
        
        Están en casa.
        Clásicos, románticos, simbolistas,
        en migración eterna condenados
        a pérdida.
        
        ¿Y yo que tenía un seis sobre la mesa
        juego? ¿El fulgor de mis letras
        a ese ideal resigno?
        
        ¿Gestos serviles
        y más aún, clausura, culpable yo
        de haber dado la vida
        nunca con dicha?
 
  
 
      III
      Seis es la cifra del deseo.
        Seis, el sexto cielo
        de los intelectuales de la Cábala,
        el cielo de la conversión, el cielo
        de las lenguas.
        
        Absurdo, demencia:
        un no puede ser que es yo: Vallejo:
        voces hacen oro de los duelos, que está bien,
        que todo está muy bien, gesto oblicuo
        si hubiere, gesto en ángulo recto
        
        ¿agito el cubilete encayao y sediento?
        ¿con mi mano izquierda entrecerrada
        tan cerca de la oreja?
        
        ¿rezo
        seis
        seis
        al azar?
        
        Rezo
        mudo
        mi piel
        
        y ahora 
        el dado 
        permanece
        
        quieto 
        y cae
        al mismo
        
        tiempo
        detenido
        y cae.
        
        Recuérdese
        la ciudad prostituta, el tipo vulgar
        con la medianoche siempre
        en el corazón, su infame 
        pena: refiérase su obra, vida
        apenas desviada, casa en la cual muriese
        su traición.
        
        ¿La va de eclipse cuando el dado
        esquiva suerte suena?
  
 
  IV
      Sin saber
        cómo
        ni cómo no
        ha ganado
        finalmente
        altura 
        el dado,
        de prisa, velozmente,
        como si aquí todo al unísono
        del juego repitiera
        su demencia.
        
        ¿Y sigue fielmente un camino?
        
        ¿Y qué es este espacio celeste sin límites
        estas cosas que soy?
        
        ¿Y qué son los movimientos en las cosas
        que giran sin tregua
        pero siempre retornan y giran y giran
        qué es la palabra que huye de mí
        y de quién
        el lenguaje consuela?
        
        ¿Del todo no estamos muertos?
        
        ¿No fue completa nuestra ruina?
        
        Hay un Jordán aquí.
        Hay un Shakespeare miserable y errante:
        la belleza bebió de su mente,
        ¿no nacido de madre él yo de otra vida
        anterior abastecido?
        
        Adversa suerte, error:
        no queda sitio donde ir,
        se miente
        cortesía, se reza
        por una fe no personal, sublimadas quizá
        crueldad y usura,
        pero se apagan
        instinto y fuego. agoniza
        el corazón de este incauto
        en la red de su emoción 
        fraguada. Este letrista
        amarrado a la estaca de la pornografía,
        este irreal
        con tal aspecto de vaciarse
        de cuanto ensueño consumen
        sus mediocres pariciones, este amante
        
        infeliz: renunciará
        -como si fuese
        la realidad misma lo perdido-
        a su riqueza
        mental, las ilusiones mentidas?
        
        ¿Qué son 
        los movimientos en las cosas
        estos objetos engañosos
        envueltos de luz
        como de un manto?
        
        ¿Este fulgor, qué es?
        
        ¿El deseo sí
        de lo viviente?
        
        ¿Esta palabra adversa sí
        que nombra lo intangible
        úlcera de paraísos que no existen?
  
 
      V
      Sombra ocular y polvo
        te ruego
        en mano ingrávida espejo
        
        que ser 
        lo que se es
        se vea
        
        hueco carne verbo
        tango dado hueso
        
        y los modos
        con los que un cuerpo
        ensaya otro ser
        otra entidad
        moral te ruego
        alerta corazón
        de no tomar por permanente
        cuanto me sea dado
        
        ya no el lenguaje
        su luz
        ¿hay más?
        ausencia
        de cuanto fuera idea
        y yo
        no era yo
        y no obstante vaciado
        yo permanezca.
        
        ¿Yo él como si aquí
        todo al unísono repitiera un retrato
        y juzgo al sospechar su acento
        ser yo el que fuera
        cautivo de su obra
        tan solo en mi santuario
        que más no pudiera?
       
VI
      El dado
        una forma
        extraña rota
        y abajo
        su pequeño
        sonido
        y arriba
        oyéndolo caer
        oído el infeliz
        es sólo
        un dado
        que rueda
        la suerte
        la desgracia
        rueda
        sin orden
        pende
        sin sostén
        hunde y aplasta
        sepulta
        y te nombra
        
        en un 
        instante
       
VII
      (Tango canción)
      En un 
        instante
        labios de seda
        
        en la ceguera
        del azar
        fatídicos
        
        se ofrecen 
        y es todo
        lo que queda
        
        la vida 
        no está libre
        de sus formas arteras
        
        mustio encaje
        seda marchita
        grotescos en mi boca
        
        desorden lentísimo
        del alma
        espíese
        
        con ojo cruel
        el raro deslizar
        del cuerpo en el salón vacío
        
        el baile decadente que hiere
        mi carne indiferente
        al incienso y al cántico
        
        báilese
        con secos movimientos
        sin torsiones
        
        en ese
        descalabro
        de dolor
        
        en un
        dialecto
        avieso
        
        alerta
        no tan
        áspero
        
        si imprime
        a tosca rima
        su pasión
        la vida no está libre de sus formas arteras
        y si sube un olor fétido esta noche del cuerpo
        es que un raro pecado recibe su perdón
        véanse
        sus pies
        cómo sin otro
        lenguaje
        desvanecen
        su ilusión
        
        y sin saber
        en todo yo
        sus partes
        
        fragmentadas
        pelvis nalgas
        y la cintura
        
        quebrada del padre
        hasta bien ver
        que lamenta su herencia.
        
        Y es todo lo que queda:
        ahogar lo propio en compasión
        como si aquí todo al unísono repitiera
        
        vacío
       
VIII
      
Es una cuestión de oído:
la música vacila
y luego quizá
no hay más idolatría.
Pero en la zona de cólera de mi mente
la erudición engaña: de prisa, velozmente,
como si aquí todo al unísono repitiera una 
fuga
        (reclinándose, la cabeza en la curva de su brazo
        caída hacia la izquierda, yéndose, reciénvenido
        de las sombras... padre mío, perdido)
      y nada al despertar que no hayas visto ayer.
        calmo el cielo venido de un desastre oscuro
        
        yo 
        bóveda
        vacía:
        
        apúntese el error, la suerte adversa y súmese
        
        a dado
        ingrávido
        certeza
        
        de no saber la fórmula: si en tu interior
        se ordena ambigüedad no te detengas: cesan
        anhelo y compulsión pero se copia
        con ligero temblor la misma idea: no te detengas:
        no obstante yendo
        con ese Whitman que a solas
        cantaba la esperanza, perdida el agua
        entre sus piernas, de un oído a otro oído
        no te detengas: está la danza cruel que sed
        de las ficciones te despierta, no
        el cuerpo sutil que se concibe
        al retener la ira: cuerpos exhaustos: todo
        fláccido el paisaje: si paraísos se describen
        estériles las ramas que se observan:
        mala hierba a madre seca hijo que su cruz
        trazó su exilio, anhelo de ser
        pura forma, artificio: pero ya no beben
        labios allí, de esa madre,
      nunca dos labios beben de la misma quimera.
       
IX
      Dados que desde mis manos ruedan, muertos
        bailarines, nada más, ridículos cuando fingen
        que sus sangre misma y sus cuerpos nos dan para comer.
        
        Formas extrañas rotas
        y abajo un pequeño sonido
        
        y arriba oyéndolo caer
        oído el infeliz
        
        son sólo
        dados que ruedan
        
        la suerte la desgracia ruedan
        sin orden penden sin sostén
        
        es todo lo que queda
        del cuerpo lo que queda
        
        mi mano izquierda entrecerrada
        tan cerca de la oreja
       
             
      X
      ¿Acaso en humildad deshecho
romántico estertor hasta hacer sangre
no silencioso y grave
alterados tus ritmos como arte que nunca sucediera?
No te detengas: no se debe de esta suerte dada
hacer humillación, no en mí, mi yo en 
retiro.