Fuga

la casa natal es una casa habitada.
G. Bachelard


como fijarse
de una vez en nada
fuera de la sensación,
la inminencia de golpearse
contra el borde de aquella mesa, otra vez
el filo que ha marcado las cabezas
ya de tres generaciones, chicos
que jamás acabarían
de cerrar los ojos en el golpe
y gritar, caer llorando, pero no
por arrojarse entre escenas, figuritas
de humo para el tedio
familiar, sino por aproximación
a un estado, vértigo
y quietud, capaz de atraer voces,
contornos y olores de la casa
hacia el vórtice de un infinito dolor,
donde al fin cae la gracia
de la indiferencia, y en la certeza
de que al fin el pago
aguardaría, fijar de una vez
el precio de la prolongada fuga,
digamos entregarse
a la obviedad del odio, invocar
nombres y figuras, darles movimiento,
relieve, intensidad, incluso
inteligencia, esas mínimas
condiciones para indignarse ante el mal
chiste, negar la voz
que afirma desde la otra orilla,
indubitable:
'en casa iluminada
no entran ratas'

catábasis
inútil prosa, prescripciones
dadas a la prisa del que huye
a tientas de un sueño
con mimética esfinge: vacilante
huele escarnio en el enigma doble
de los años, la caducidad, imagina
que un espacio exterior
a la ciudad
calma su urgencia, pampa
y cielo abierto a la indolencia
o a la gloria, sin edad: atravesarlo
porque sí, ésa es la cosa,
guiado por los ecos
de otra historia, sordo al ritornello
de un canto repetido:
'en su lugar
y siempre indiferente, aguardando,
está la fosa'

resaca
ni la hoja suspendida
en babas del otoño, su vaivén
sobre el interminable fondo
de la tarde, presa en ese hueco
de la luz donde alucina el ojo
incitación, rara elocuencia;
ni la hoja pálida,
sustraída a la obviedad
del sueño, símbolo
de nada, apenas sombra
perfilada en vago aspecto
o disposición; ni al fin
del día ese fantasma
de hoja, su perfil aparecido
en el caos de opacas nimiedades,
reverso de lo visto; lo que vuelve,
insiste - limaduras atraídas
por el nombre 'hoja' - lo que irrumpe
bajo forma de pequeño óvalo
dentado, apéndice oloroso
ensimismado en su verdor, más
verde en la memoria,
se refleja en palabras de mujeres,
voces de mujeres
durante la lejana siesta: 'ruda', 'albahaca',
'menta': voces que invocaban
propiedades curativas, sabores más
o menos clandestinos, mujeres
que inventaban amenazas
de empacho bajo amenazas
de ominosa absolución, penas
por lo que no se debe ingerir,
ponzoña de lo que se puede saborear,
sentir, mientras se aplasta
un vegetal entre los dientes,
se transforma de hoja
en amasijo pegajoso, oscuro, y si
se escupe ya se extraña
su textura, olor salvaje, amargor,
en la ignorancia de que 'hoja', su reflejo,
puede brillar bajo esa luz
ambigua más que el contorno
de las voces hechas humo, húmedas
en la memoria, no creadas
para evaporarse por fidelidad
a una forma, nunca
estáticas, como las mujeres transformadas
en textura, brillo, sensación; perdidas
tras la imagen
que ellas mismas provocaron
para existir, amenazar, fluir
interminablemente: repetirnos.


fatum
salen del dedo índice o mayor, uno
tras otro: clavos desgarrando
la piel pero sin herida, sangre, incisiones,
sólo dolor, dolor, sensación de clavo
en punta que penetra, se abre paso
a través de carne, grasa, tejidos, hasta
un límite donde el clavo
se disuelve y queda el imprevisto, claro
recuerdo del dolor, igual
dolor, y luego alivio, brevísimo engaño
como logro de alguien, voz
del sueño, conciencia falsa o
verdadera que sin embargo
no logra abolir el cosquilleo anunciador
del clavo próximo, inexorable, próximo
punzar de la materia inerte
sobre la sensible, dolorosa: materia
intacta luego, al despertar, alivio ya
definitivo salvo por el súbito, insonoro
parloteo que alguien, algo impone, ahora
música de fondo en señales
de dudoso espabilar, sugiere: con la lucidez,
el recordar que toda calma, toda lucha es
ilusoria, en la aparente
seguridad de la vigilia nada
impediría a un virtual, fatal dolor,
surgir, crecer, insoportable
de antemano, no anunciado por el regular
fluir de clavos, calamidades, ni oculto
bajo alivio, engaño, cosquilleo que incite
a prepararte, morder una vez más
la antigua certeza al reparo
de esperanzas, vicios: persistencia
del insecto observándose
clavado, calado en la tela oscura
de un mal sueño.

Leonardo Longhi nació en la ciudad de Buenos Aires en 1968 y es uno de los responsables de La idea fija. Textos de su autoría fueron publicados en la revista 74 Metros, en la Antología de Poetas Argentinos Noveles (en ocasión del Premio Edenor de Poesía Inédita organizado por la Fundación el Libro en 1996), en Diez Lecturas de Arlt (Premio Edenor de Ensayo 2000, organizado por la misma Fundación) y en Buenos Aires / Escala 1:1. También obtuvo una mención honorífica en el premio FATSA de Poesía 1997.