"... y continúa muy puñaletero el maldito..." -  Gonzalo Arango

"Barbilindo poeta" se describió a sí mismo con sorna, con amor, encabritado en esa "pirueta bufa" conque el crítico lo define.
La autocrítica y el auto elogio van parejos en su vida desvergonzada.
Es más: en un escrito afirmó ser de Colombia, para estupor de tantos lectores castísimos de Bogotá, y no hay duda de que él lo decía con sus segundas intenciones, como todo lo que hace y lo que ha hecho desde un principio, cuando aseguraba públicamente, con el cinismo de su escuela, que una obra no es de quien la escribe sino del primero que la publica.
En su juventud se daba fama de cuchillero en su barrio, pero todos sus amigos lo queríamos cuando lo íbamos a visitar bajo algodones y gasas, suspirando en la tarde soñolienta por una venganza incompleta, levantándose antes de tiempo y quitándose los vendajes con desprecio, pero volviéndoselos a poner cuando los visitantes se alejaban.
Entre los nadaístas, Jotamario es el cuento de nunca acabar.
Gonzalo Arango lo quería más que a Rosa Girasol y a Angelita y mucho más que a sí mismo, pues varias veces arriesgó su vida por la de él, y pasó muchas noches escribiéndole sus mejores cartas.
Con ese amor que Gonzalo tuvo por sus amigos, por lo cual ellos le amaron asimismo más que a sus mujeres y a sus amantes y que a su patria, porque la patria son nuestros amigos -no son unas piedras-.
También Jotamario ha sabido ser un señor de sólido corazón para con sus amigos, jodido como él mismo pero dispuesto a hacer valer su derecho, de amar -y de odiar- si el amor no le bastaba.
Con un sombrero de Judío Errante y unas botas largas de mujer atravesó los peores inviernos de la capital y con los mismos el verano pero siempre él mismo en verano y en invierno.
Violento hasta el delito y tierno hasta las lágrimas, sobrio o borracho está siempre ebrio de todo y gira a la velocidad de los planteas que parecen dormidos como un trompo hasta que de pronto cabecean.
Ingenioso y brillante, inteligente y ruidoso, siempre en contravía, también la Tierra ha chocado con él como cuando le arrebató a María de las Estrellas, pero Jotamario: "Esa  Tierra me las pagará, "Yo soy Jotamario".
Aunque despedazado siguió siendo Jotamario
Y se le veía muy compuesto por las calles de Bogotá. pero tenía los huesos pegados con esparadrapo.
Me quito el sombrero y le digo: -Señor Jotamario, yo lo quiero mucho y todos sus amigos lo quieren, especialmente la poesía lo quiere y está dispuesta a irse con usted para aquella isla donde tanto soñó con ella en aquellos malos tiempos pero con buenos paisajes, donde se forja la decisión de un hombre criado en un barrio pobre, desde niño acostumbrado a defenderse con la navaja y a escabullirse de la policía, que sin embargo varias veces le rajó la cabeza y por eso tuvimos que ir al hospital, pero siempre tan contento de parecerse a Apollinaire, con su fama de bandido bien cimentada en los periódicos, aprovechando la convalecencia para revisar sus poemas con la calma de los enfermos.
Y esperando que le dieran de alta para volver a los mismos lugares.
Toda la vida lo he conocido como un cabeciduro, lo cual no le quita lo inteligente sino que le agrega lo tenaz, siempre sin importarle el mañana o el que dirán, siempre haciendo todo lo que le ha dado la gana y negándose a hacer lo que por nada del mundo haría.
Enemigo del campo, su meta es la sociedad post-industrial, el whisky con hielo, la vida leve, pero si le pones un obstáculo se te vuelve una fiera.
Por eso sus poemas son dulcísimos cuando está enamorado y cuando la vida lo acosa sus poemas son pendencieros y bastardos.
En el pleno ejercicio de su arte lo saludo y en el pleno disfrute de la vida, sabio en poesía y sabio en las cosas del mundo.
Podemos confiar en él porque tiene un palo atravesado en el corazón.
Su poesía nos es necesaria para el esclarecimiento y el goce.
En él tenemos a quién aplaudir y con quién llorar y reír.
Inscripto está como Nijinsky entre los " payasos de Dios".