Ordenar el plat(o/eau)
Nicolás Saraintaris

(El que discurre lo hace en el 12, nuevo tiempo romano; y el interruptor es un bastardo en silla que ha sido negado por su padre biológico pero ha vuelto y se ha establecido como su principal sirviente)


pero qué sucede aquí que nadie me toma en serio ni se da cuenta que siendo el jefe de la casa debo hacer ciertas cosas y ordenar otras y tantas obligaciones me pesan que mis hombros se hunden y mi ombligo se acerca cada vez más peligrosamente a mis rodillas
¿Debo ordenarle algo señor?
ordéneme que tengo hambre de gloria hambre de hombre
En primera medida traeré unas frutas secas para cortar un poco la fluidez imparable de su salivar
me parece perfecto que como sirviente que es me sirva de algo y me sirva algo que a su vez me sirva de algo
Señor, aquí tiene estas pequeñas delicias, pequeños apéndices sabrosos que provocan un pausar con su leve gustillo a más
¿está seguro que me gustarán?
Completa y absolutamente, entera y totalmente
entonces empezaré a servirme de ellas
Aliméntese
qué ricas que son, permiten a uno detenerse a saborear el placer de las pausas,
Aliméntese
me siento mejor, mi cerebro piensa más acertadamente, me dedico sólo a pequeñas cosas, de a pocas, pero no sé si estas frutitas son suficientes para lograr que me calme y no mate a toda mi familia, mis hijos libidinosos y vagabundos, mi hija conspicua, mi mujer dispendiosa, mis amigos traicioneros, ¿cómo dijo se llama esta fruta?,
Su nombre no es dado revelárselo sino a los grandes barvi-canos eruditones, pero su naturaleza es la de alimentar de a poco, lo que es importante es que se coma,
como, como y como, la verdad que me hace bien, me aclara las ideas, pero todavía tengo como muchas cosas en mi mente, no alcanzan para ordenar tal plural, revolotean como moscas sobre heces, como ceceosos sobre eses,
Para eso ya le traeré otro plato, uno bien cocido. Discúlpeme que ya se lo traigo
ve, tráelo, yo me quedaré quejándome ante la iniquidad de la vida, ante el continuo fluir de mis penas, penas que son piedras que se despeñan con velocidad, pero gracias a estas frutitas que como, lo hacen con algún tipo de freno, aunque todavía no es suficiente, me siento irritado y cayendo en la desesperación, y desacelerándome de a poco, pero todavía será grande, demasiado, la colisión, y ahí viene mi esclavo, ahí me trae otro de sus platos,
Señor, este plato se encuentra a punto. Sírvase.
ah qué rico es esto. Me siento como frenado. Muy bien preparado. Pero me parece es demasiado fuerte. Demasiado sabroso. Con algo debo combinarlo.
Combínelo con las frutitas señor, el manjar será mejor.
Ahora sí que me siento bien. Has logrado calmarme. Me has ayudado a ordenar mis pensamientos, los siento pausados, a veces con menos fuerza, a veces con un mayor freno. Necesitaba esto, necesitaba moderar mis pasiones, mis ideas que fulguraban odio y descontrol. Hasta había pensado en asesinar a todos los habitantes de mi casa, suicidarme y condenarme a un infierno que seguramente me trataría mejor que mi propia familia.
Señor, le he ordenado sus pensamientos. Pero lamento decirle, viejo pecaminoso, que entre los manjares que le he servido introduje un veneno, un veneno que actúa más lentamente que los otros ingredientes: las frutas que se comen y el plato a punto. Un veneno gaseoso, un veneno que le subirá desde sus adentros y explotará en un grosero ruido.
BUUUUUUUUURP
Ahí lo tiene, el veneno de la eructición. Muchas ideas ordenadas, muchas pausas y divisiones, pero ya no podrá hacerse entender. Mucho orden pero ya no podrá ordenar a nadie, ya no podrá decirle a un hijo que no es legítimo, ya no podrá quitarle a nadie lo que por derecho le pertenece. Ahora me haré cargo de todo, seré el nuevo jefe de la casa. Y usted se quedará solo, sin posibilidad de decirle a nadie qué fue lo sucedió. Loco, sin poder comunicarse. Loco y eructito.
¿Eructición? ¿Qué es ese lexema? ¿Cuál es su naturaleza semántica, sus implicaciones contextuales en el marco de una comunicación dialógica? ... ¿Pero qué me acontece? Por la imperecedera ánima de Fedro, no comprendo siquiera mi propio y buen retórico discurso...
Jajajajaja, ahora padre, sabrá lo que es no poder ser hijo reconocido de sus propios progenitores. Usted será bastardo de nuestra rústica lengua, bastardo como lo he sido yo.
¡Te tomaré del gaznate hasta que graznes como un gallináceo con galimatías!
Sigue gritando padre, pero no hay peor bastardo que aquel que, aunque bardo, nadie escucha cantar...
Nicolás Saraintaris nació en 1983 y es estudiante de letras en la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado cuentos en diversas revistas y antologías. Tiene una obra poética que espera publicar gracias a "un editor magnánimo que guste del ludismo lingüístico".