Numero 15
Un planeta llamado Desierto
Ricardo Giorno
La nave Anubis se estacionó en órbita alrededor de Desierto.
—Almirante, está todo dispuesto. ¿Desea hacerse cargo del puente?
—No, capitán, disponga usted.
El capitán Ballesteros titubeó un momento: había pensado que el almirante se iba a llevar los méritos de la primera incursión a un planeta extrasolar. Pero se había equivocado.
Ballesteros se alisó el uniforme, dio media vuelta y tomó control del puente. De su puente.
—Dos grados a estribor —dijo el capitán—. Diez y seis grados en ángulo de aproximación. Sensores al máximo. —El disco dorado del planeta pareció que se tragaba a la Anubis—. Doce grados aproximación. Máximo poder a los escudos delanteros. Informe sensores de superficie.
—Todo según las apreciaciones previas, capitán… —dijo el teniente de sensores—. ¡Un momento! Algo se mueve sobre la cadena montañosa. ¡N-no es posible!
—Será una roca —dijo el almirante, mirando por sobre el hombro del teniente— La Anubis es grande y el ruido de entrada pudo producir alguna avalancha de rocas. O erupciones.
El teniente miró de reojo al almirante.
—No es una roca, almirante, y está subiendo —graduó la representación—. Capitán, viene en curso de colisión.
—¿Armamento?
—No lo sé, capitán. Lo sensores lo distinguen sólo porque crea un campo de distorsión a su alrededor.
De pronto se escuchó la voz de la computadora: Entrada a la atmósfera sin inconvenientes.
El capitán se unió al almirante, y juntos miraron los signos de los sensores.
—Artillero —dijo, sin desviar la mirada—. Disparo de advertencia a cincuenta metros. Intensidad veinte por ciento.
—Se detuvo, capitán —dijo el teniente— No, espere. No es así. Sigue acercándose, pero a menor velocidad.
—Artillero, disparo a cuarenta metros, treinta y cinco por ciento.
—Se detuvo… Un manojo se desprendió del cuerpo principal. Impacto en diez segundos.
—Computadora —dijo el capital—, informe de daños.
—Escudos al noventa y ocho por ciento.
—¡Señor! —dijo el teniente—. Por fin lo veo. Algo se desprendió y el objeto ahora es metálico. No puedo saber nada más.
—Teniente, investigue…
—¡Señor, nos dispara! Perdón capitán. Impacto en siete segundos.
La Anubis cabeceó levemente.
—Informes de daños.
—Escudos al ochenta por ciento.
—Mierda. Esta vez pegó fuerte. Lásers frontales: fuego a discreción.
—Señor, no podemos darle, sólo hacemos agujeros en la arena.
—¡Alto el fuego! —el capitán se dirigió al almirante— Señor, debemos tomar órbita nuevamente.
—Capitán Ballesteros, vinimos para quedarnos. Destruya al enemigo.
—¡Señor! —dijo el teniente—. La cosa se está dividiendo. La parte más pequeña…
La nave sufrió un colapso de proporciones. Se ladeó peligrosamente.
—Computadora, informe.
—Escudos al veinte por ciento. Energía auxiliar en plataformas seis a dieciséis. Recibimos impacto atómico
—Artillero, dispare dos torpedos directos al objetivo —el capitán tomó el centro del puente—. Teniente, lo que usted vea, lo quiero ver yo.
Al instante, la holografía del exterior se materializó al frente del sillón de mandos. La explosión de los torpedos fue fielmente representada.
—Se retira, señor —dijo el teniente.
—Capitán —la computadora—. Recibo algo que no puedo definir.
—Quiero escucharlo.
El puente se llenó de un sonido musical que no se repetía como si fuese una señal.
—Quiero a Lingüística en el puente —dijo Ballesteros y se fijó de nuevo en las holografías—. Computadora, lo que está recibiendo fluctúa o lleva un patrón.
—Hasta el momento es siempre diferente, capitán.
—Permiso para ingresar al puente —el lingüista se hizo presente.
—Pase. Quiero que estudie detenidamente este ruido. Computadora, páselo desde el principio.
El lingüista quedó en silencio, los ojos cerrados.
—Señor —dijo el teniente— Empezó a subir de nuevo. Ya no es metálico, tiene esa cubierta que no me permite verlo más que por el campo de distorsión.
—¡Artillero, cuatro torpedos!
—Está cayendo, capitán. Pero no es caída libre. Aterrizó junto a formaciones cristalinas. Son esas esferas que parecían de vidrio que detectamos hace una semana. ¿Se acuerda?
—Sí, teniente. Me preguntó por qué se dirigió allí.
Antes de que cualquiera conteste, sucedieron dos cosas: el lingüista cayó al suelo y el cuerpo que había atacado al Anubis se transformó en otra esfera cristalina.
—Enfermería, herido en el puente.
El lingüista permanecía recostado. La piel blanca, el cuerpo rígido. Sin que nada lo presagiase, abrió los ojos y habló. Los que lo conocían se dieron cuenta de que ninguna de esas era su voz:

plateado contraradiante

Cuando el acero penetró el aire, salté al vacío buscando la protección de las alas. La Caverna Media intentó darme cobijo, pero pudo más el ansia del aullido y me dejé transportar. Hasta más allá de esas alas necesitadas de dedos para cortar el silencio.

azul cielo y fluye

Acapararon lucidez y tuve que aquietar el impulso hasta volverlo gota. Sufriendo desgaste prematuro un relat tuvo que sucumbir y ser reemplazado por la muerte.
Las alas felicitaron a las pieles y partieron con promesas. Las pieles les creyeron y trataron de protegerme cubriéndose de metal, pero de la quimera nadie puede ser salvado.

amarillo negro y susurro.

Abrieron las rocas, combates en heridas. Al frente, un Anubis gigante dispersó la trama lanzando rayos de luz que dejaban hoyos en la arena.
La Paz ingresó tratando de controlarme, pero pudo más la avidez de la carne y me dejé llevar. Muy abajo. Hasta más allá de aquel goce necesario para levantar la mente y alabar el basta. Disparé hasta mi propia cabeza, que explotó en el amarillo negro del ocaso y me dejó un gusto a poco y el susurro venenoso que la inutilidad produce.

rojo bruñido y sospecha.

Los dedos tomaron la iniciativa, podando el dolor de los colores débiles. La ojiva malgastó razón tratando de equipararse con Anubis, y nunca supo lo que es descendencia. A pesar del hongo, el Anubis siguió con la destrucción.
Persuasiva posición que, blandiendo plumas, descalza intrincados enfoques y conlleva a describir atributos innecesarios para el complot Universal. Soy pocos y Anubis muchos.

verde hielo y sangre

Supuró la ataujía debajo del metal, sospechando el ataque desde la languidez del olvido. Ya casi no pude más.
La vista perdió color y fue reemplazada por espejos. El otro lado ganó cuerpos.
Los miembros despegaron hacia arriba, pero era tarde. La carne, dispuesta a esperar hasta la siguiente vida, me cercó los sonidos.

azul noche y enigma.

Las alas regresaron. Salté al encuentro buscando atraparlas. La subida no posibilitó pronóstico.
Devastaron besos y dijeron hasta nunca. Me desmoroné abajo, hasta aquel lugar carente de consignas y en el cual sólo pude aguardar, inmóvil, a ser llamado.
Anubis disparó por última vez. La carne por fin compartió olvido con la sombra y la transformación cesó.
Yo se unió a…

Cyan, traslúcido y cyan


El lingüista nuevamente cerró los ojos.
El doctor lo llevó a enfermería. Ninguno de los presentes supo qué había sucedido.
Sin perder la tranquilidad, el capitán miró la holografía: las esferas seguían tal cual.
—Computadora, ¿tiene grabado ese mensaje y lo que dijo el lingüista?
—Sí, señor.
—Bórrelo, computadora —dijo el almirante—. Orden de acceso sigma 2alfa44. Capitán, debemos destruir las esferas.
—Pero… Pero son una especie desconocida, deberíamos investigar.
—Deseo una charla en su despacho, capitán.

—Ballesteros, tiene que ordenar la destrucción.
—Usted lo vio, hay vida en este planeta.
—Capitán, es mi deber recordarle de que su nave ya no está en peligro, si no la misión. No me obligue a que sea yo el que de esas órdenes. Hay vida y es peligrosa. Uno solo casi nos voltea. No podríamos colonizar el planeta de inmediato. ¿Está comprendiéndome?
—Sí, señor. Ordenaré lo que usted me pide.

Las esferas no pudieron soportar los lásers y se fundieron. En Desierto, la vida estaba ausente, tal como lo habían predicho los científicos terrestres: un planeta virgen para ser colonizado.
Era el momento de la siembra: la terraformación se iniciaría después del desembarco militar.
El lingüista abrió los ojos, se sentó y sonrió. Miles de voces resonaban dentro de su cabeza: Él tenía el deber de cuidarlas.
Ricardo Giorno nació en el barrio de Nuñez de la ciudad de Buenos Aires en 1952. Además de hincha forzado de River, es diseñador gráfico y tiene "una imprenta, dos hijos, una esposa y una perra". Empezó a escribir a los 48 años, pero recién a los 52 decidió dedicarse a la literatura. Es miembro activo de varios talleres literarios.
Ha publicado cuentos de ciencia ficción en AXXÓN, ALFA ERIDIANI, NGC 3660, LA IDEA FIJA, NM, y un libro propio de relatos Subyacente Inesperado y otros cuentos (Alumni, Buenos Aires, 2004). Su cuento Pulsante apareció en la antología Desde el Taller y Parábola de la Yarará en Cuentos de la Abadía de Carfax 2