Numero 15
La balada de P'toresk
Simon Petrie
P’thurglebluxl, un joven, sencillo, confiado e intrínsicamente valiente habitante del planeta P’toresk consideraba que su mundo era un lugar de desgarradora belleza. Sin embargo no sospechaba cuál era su falla oculta: su ubicación. Porque el planeta P’toresk se hallaba en el centro cartográfico, en el nexo, en la encrucijada cósmica si lo prefieren, de cinco ambiciosos y agresivamente expansivos imperios espaciales. Esta historia cuenta cómo P’thurglebluxl se involucró en los tempestuosos acontecimientos que ocurrieron en un lapso de unos pocos años, durante el cual la paradisíaca ubicación de P’toresk fue atacada por una ola tras otra de invasores alienígenas rivales que continuó hasta que, finalmente, estos agresores fueron expulsados.
La primera en saquear al prístino P’toresk fue la armada espacial vurtigona. Los vurtigones no encontraron resistencia de los pacíficos y desprevenidos p’toresquinos y aterrizaron sus majestuosas naves de guerra Destruyeplanetas McGuffin en los verdes campos de su nueva conquista. Al supervisar la tierra que ahora estaba bajo su poder, el contraalmirante vurtigón pudo comprobar que era un lugar de tranquilidad sin par pero que tenía, en su opinión, sólo un pequeño defecto.
Sus días era demasiado cortos.
Como corresponde, la flota carguera vurtigona trajo un embarque de enormes unidades de calibración orbital megapropulsoras CEP McGuffin, las cuales fueron colocadas una tras otra en el ecuador de P’toresk y luego encendidas. Muy pronto el rugido estruendoso de sus caños de escape se convirtió en parte de los sonidos diurnos – y, más prominentemente, nocturnos, del ambiente p’toresquino y gradualmente los días se volvieron más largos.
P’thurglebluxl, quien había estado recolectando su comida vespertina consistente en bayas, raíces y suculentas larvas de escarabajo antes del disturbio que provocó el primer aterrizaje de las gigantescas naves, apresuradamente se había ocultado en los altos pastos que rodeaban la base de la flota. Con disgusto y horror (casualmente dos nuevas emociones para él) observó como los vurtigones, antiestéticas criaturas azules con demasiados ojos y tentáculos gomosos y viscosos, serpenteaban alrededor y dentro de sus vehículos, actuando como si fuesen los dueños del mundo. La indignación de P’thurglebluxl frente a este comportamiento no conoció límites y se comprometió a que, así le llevara una veintena de años, encontraría una manera de expulsar a estas viles criaturas y restauraría la belleza natural de su patria.
No fue necesaria una veintena de años. Apenas llegó a uno y ni siquiera requirió de una acción coherente de parte de P’thurglebluxl. Las naves de guerra de los kallagintis, una flota de nuevas y mortales embarcaciones Pulverizaestrella McGuffin que cayó desde los cielos en un ataque relámpago de ferocidad sin par, diezmaron a la torpe y pasada de moda flota espacial vurtigona y reclamaron el planeta para sí, sin sufrir la pérdida de nunguna de sus naves. El comandante en jefe kallaginti, supervisando su nueva presa, percibió una maravillosa tierra con sólo una falla.
Sus noches eran demasiado largas.
En consecuencia, se envió al servicio de transporte kallaginti para que trajera un cargamento de los nuevos y gargantuéscos módulos de reajuste rotacional hipergigapropulsores CEP McGuffin Deluxe, diseñados para ser emplazados en el ecuador del planeta. A la espera del embarque de estas unidades, los ingenieros militares de la fuerza de ocupación kallaginti se entretuvieron desmantelando y saqueando en busca de repuestos a las ahora redundantes instalaciones de megapropulsores que los vencidos vurtigones le habían endilgado de forma errónea (y sin ningún criterio apropiado de estética en su ubicación) a la prístina campiña p’toresquina. El breve descanso del asalto sónico que siguió luego del desmembramiento del último de los obsoletos y feos megapropulsores fue, en realidad, el preludio a un azote auditivo aún más agresivo que comenzó con el primer chirrido ascendente de las recientemente instaladas máquinas hipergigapropulsoras.
P’thurglebluxl espió desde su escondite en la maleza, con un creciente sentimiento de desaliento a medida que esta nueva banda de ridículos invasores crustaceoides de color naranja cobrizo– que parecían ser todo mandíbulas y piernas largas y articuladas –comenzaban a estampar su sucia marca en su bella patria. Se fabricó un tosco pero fuerte puñal, aunque se daba cuenta de que no iba a servir en combate contra estos brutos. De todos modos, juró por su vida y por el bien de su gente, que este saqueo sería enmendado por sus acciones, aún si le llevara una docena de años corregir las cosas.
No fue necesaria una docena de años. Ni siquiera fueron necesarias las acciones de P’thurglebluxl durante los escasos seis meses de ocupación kallaginti. El ataque subversivo de los infiltrados golgleglog, que aprovechó una debilidad oculta de las primitivas defensas de la flota kallaginti, se completó antes de que las nuevas naves Dinamita-Novas McGuffin (el orgullo de la armada espacial golgleglog) fueran detectadas por el malhadado ejército kallaginti. Al aterrizar, el centro cognitivo del organismo de combate golgleglog evaluó el recientemente conquistado territorio. Se descubrió en posesión de un mundo pletórico que tenía un único defecto.
Sus mares eran muy profundos.
El organismo de ingeniería golgleglog, al ser consultado, prescribió una corrección apropiada a este problema por medio de la adquisición de varias de las nuevas y monolíticas plantas de deshidratación TeraEscupidantes Balísticamente Ejectoras CEP McGuffin. Convenientemente se las ubicó en las ruinas de las ahora inútiles máquinas hipergigapropulsoras de los kallagintis, cuyo ruido, aunque ensordecedor, al menos había sido constante. Las TeraEscupidantes, que eran básicamente cañones de agua lo suficientemente poderosos para que su proyectil alcanzase velocidad de escape gravitatorio, operaban con un esporádico golpe sordo que era audible en el otro lado del planeta. O lo sería, si su sonido no fuera tapado en ese lado por el de otras instalaciones TeraEscupidantes.
El bravo y paciente nativo, P’thurglebluxl, observaba con una cada vez más profunda sensación de mal augurio como estos nuevos alienígenas, una tribu de ridículos y gelatinosos gigantes ameboides semitransparentes, chapoteaban su profanación de una tierra que una vez fue orgullosa. Se prometió, sin embargo, que no pasarían cinco años antes de que él no hubiera vengado esta horrenda perfidia a su suelo natal.
Pasó bastante menos tiempo que eso antes de que la nueva ola invasora chocara contra la costa del alguna vez bello P’toresk. De hecho, sólo tres meses pasaron antes de que las temibles armas nucleares de los comandos estelares terrícolas se dispararan contra las desprevenidas fuerzas de ocupación golgleglog, las cuales literalmente se marchitaron y murieron bajo el ataque de la Tierra. Los comandos terrícolas, con sus nuevas naves de guerra EstrujaCuasares McGuffin, aterrizaron con violencia sobre las decrépitas esquirlas de la antaño orgullosa armada espacial golgleglog, barrieron el área con neutralizadores de radiación y se adueñaron de su más reciente incorporación a su expansivo imperio. La general de cinco estrellas terrícolas hizo un relevamiento de su nueva adquisición planetaria. Era, decidió, un lugar bastante hermoso para su estilo, excepto por una cosa.
No había suficiente agua en el planeta.
Para corregir esto, el ingeniero en jefe terrícola ordenó que le trajeran una prodigiosa cantidad de los últimos Recolectores de Cometas UltraMasivos CEP McGuffin, los cuales proveerían al planeta de cantidades sin par de agua recolectadas del hielo de la nube Oort del sistema estelar. Los Recolectores UltraMasivos, que fueron colocados por radiofaro sobre las no deseadas plantas TeraEscupidantes ya que su ubicación era ideal para bombardear cometas desde el planeta (y qué mejor manera de celebrar la liberación de P’toresk de su infortunado pero breve idilio con los malditos golgleglog), impactaban sólo muy esporádicamente pero con una cantidad de ruido y escombros totalmente sin precedentes.
Desde su escondite P’thurglebluxl observaba con angustia a la nueva oleada de usurpadores, que eran una banda tosca de protosimios rosa-amarronados con pelaje ridículamente localizado y un aire de autosuficiencia toralmente injustificado. El arco corto recién inventado que llevaba cruzado a su espalda parecía inadecuado para eliminar estas alimañas. Sin embargo él se prometió que, de alguna manera, echaría a estos transgresores de un modo aún por definir y en un lapso no especificado de tiempo dentro de los próximos, digamos, dos años.
A la semana siguiente las milicias blokkobs arrazaron las fuerzas terrícolas con una granizada de aniquilación alimentada con antimateria. Los blokkobs, quienes en materia de estrategia no eran muy propensos a la sutileza, prepararon una pista de aterrizaje con un puñado de sensatos estallidos con lásers de rayos gamma y depositaron en ella su flota estelar de novísimos Dominadores de Galaxia McGuffin luego de, a sus ojos, una bien merecida y heroica victoria. El dictador en jefe de los blokkobs observó el nuevo mundo que él y sus esbirros habían subyugado. Tendría que servir, supuso, pero había un aspecto del lugar que pedía a gritos una mejora.
El planeta tenía la forma incorrecta.
Para hacer que el nuevo planeta tuviera la forma ideal blokkob de un cubo perfecto, los ingenieros conquistadores establecieron una red de seis Martillos Mundiales de Neutronio CEP McGuffin– que coincidía la mayor parte de las veces con las ruinas de los faros que guiaron a los Recolectores UltraMasivos –para cincelar y apisonar este planeta tan molestamente redondo. Para ser suaves, un Martillo Mundial no era un herramienta que resultase agradable de tener cerca.
P’thurglebluxl, una vez más escondido en los arbustos, observó horrorizado. Su mundo no podía aguantar mucho más de este castigo. Si se sintiese con más habilidad al empuñar su nuevo arco largo entonces habría acometido contra estas horribles criaturas aquí y ahora, aunque no estaba seguro de que una flecha pudiera ser de mucha utilidad contra el grueso y bien armado carapacho de los atortugados blokkobs. Al igual que las otras veces él, P’thurglebluxl, haría algo al respecto en los próximos seis meses. Esto le daría tiempo para desarrollar un plan.
Según se desarrollaron los acontecimientos, esa cantidad de tiempo no fue necesaria. Al día siguiente llegaron las flotas modernizadas y rejuvenecidas de los vurtigones, kallagintis, golgleglogs y terrícolas y comenzaron negociaciones agresivas para recuperar su territorio legítimamente adquirido. Cuando sólo unas pocas naves de cada flota quedaron en pie se llamó a una tregua y los representantes de cada bando se encontraron en una desolada franja de terreno neutral. Comenzaron nuevamente a discutir, cada uno plantándose en sus reclamos con volumen creciente de sus voces.
Esto fue la gota que derramó el vaso para P’thurglebluxl, quien se incorporó y se hizo ver.
Se había vestido con un traje confeccionado con los fragmentos unidos de las armaduras y exoesqueletos de los recientes invasores del planeta y se había equipado con una cimitarra, una pica, una ballesta y un escudo robusto. Adoptó una posición amenazante y luego avanzó a zancadas, no temiendo por su vida, hacia los déspotas de varios mundos que habían traído la desgracia a su una vez bello planeta en un lapso de unos poquísimos años.
Su discurso fue el siguiente: “¡Ustedes no tienen derecho a este lugar! ¡No pertenecen aquí! ¡Yo les digo que deben irse y que deben hacerlo ahora! ¡En el nombre de P’toresk, el lugar de la belleza sin par, el hogar de todo lo que es cierto y justo, yo reclamo esta tierra como perteneciente a mis ancestros y a mis descendientes y a todos aquellos que comparten mi forma! Ahora ¡LARGO!”
Al menos, eso era lo que les habría dicho y que tantas veces se había imaginado diciéndoles. En realidad, los aparatos traductores de los invasores no podían hacerle frente a las complejidades gramaticales del bello lenguaje p’toresquino y, de todos modos, un nuevo obstáculo a la comunicación interespecies se hizo presente incluso antes de que pudiera lanzar su edicto.
Con su mente puesta en la presión de hablar en público, él no notó la pieza perdida de artillería vurtigona, se tropezó y su frente impactó torpemente contra la culata rota de un trabuco fotónico de los kallagintis. De toda su diatriba sólo logró emitir un enigmático “U—” antes de caer.
Las cinco facciones beligerantes se sorprendieron brevemente por la repentina intromisión de esta misteriosa figura con una armadura que no le calzaba y enviaron a cinco operarios de bajo rango a investigar al triste individuo desparramado que había interrumpido su balístico diálogo. Luego, juzgando que el desgarbado intruso no representaba una amenaza significativa, volvieron las fuerzas reunidas al modo de negociación con el que se sentían más cómodos y familiarizados y el feliz sonido de los cañones láser y de las pistolas fotónicas retumbó en el aire que los rodeaba.
Tan preocupados con sus asuntos estaban las fuerzas vurtigona, kallaginti, golgleglog, terrícola y blokkob que no registraron el arribo de la flota mercenaria que los sobrepasó completamente en superioridad técnica y numérica y ninguno de los soldados, generales o representantes de los cinco invasores sobrevivió por más de un minuto. La nueva armada, un auténtico enjambre de naves de guerra Aniquila Universos McGuffin, aterrizó, seguida casi inmediatamente por un pequeño y muy discreto vehículo no identificado. El líder de la horda mercenaria descendió de su poderosa nave insignia y esperó. Muy pronto una criatura parecida a una rana salió el vehículo no identificado y le pagó al líder mercenario la bonificación por la rápida resolución. La flota mercenaria entonces se elevó nuevamente a los cielos, dejando a la pequeña criatura ranoide sola para que sondeara su nuevo mundo.
El Ejecutivo de Adquisición de la Corporación de Ingeniería Planetaria McGuffin miró a su alrededor y le gustó lo que vio. Las nuevas fábricas podrían ir aquí y aquí y más alla. El salón de ventas funcionaría mejor aquí y las oficinas administrativas tendrían más sentido si van allí. Una fuerza de seguridad, compuesta por gente como ese tipo inconsciente en la armadura desharrapada, podría estar estacionada allá. En términos generales, pensó, era un lugar prometedor en donde hacer crecer el negocio. Después de todo, había cinco clientes habituales bastante cerca de este planeta y estaba claro que esos cinco clientes tenían un montón de asuntos no resueltos que arreglar entre sí. Un lugar excelente, con un único pequeñísimo problema.
El sol de este planeta estaba demasiado cerca.
No hay problema. Después de todo, ellos tenían un nuevo modelo para solucionar eso.
Simon Petrie nació en Nueva Zelanda. Es investigador científico y vive en Canberra, Australia. Desde 2007 sus historias de ficción especulativa aparecieron en diversas revistas como Sybil's Garage, Redstone Science Fiction, Murky Depths, entre otras; algunas de estas historias fueron compiladas en el libro Rare Unsigned Copy: tales of Rocketry, Ineptitude, and Giant Mutant Vegetables (Peggy Bright Books, 2010). Simon es miembro del colectivo editorial Andromeda Spaceways, de la Canberra Speculative Fiction Guild y de SpecFicNZ. Ganó dos premios Sir Julius Vogel(el premio neozelandés a la ficción especulativa): en 2010 por Nuevo Talento y en 2013 por Mejor Novela Corta con Flight 404 (Peggy Bright Books, 2012)."