Veinte años no es nada

Ilustró Saurio

Veinte años no es nada
Saurio

Querido yo del futuro:

No te digo que espero que estés bien cuando leas estas líneas porque sé que estabas bien cuando viniste al presente, tu pasado, a matarme. Supongo que tenías tus buenas razones para querer matarme, no te lo discuto, especialmente porque ignoro tus razones y yo no soy de discutir si no tengo toda la información encima. Vos lo sabés bien, por algo sos yo, aunque con veinte años más.

Como sea, no importa lo buenas que te parezcan esas razones, te pido que no vengas a matarme porque fui yo el que finalmente te mató y creo que ninguno de nosotros dos queremos que eso suceda. Bueno, al menos yo no quiero que eso suceda, yo pretendo vivir muchos años más, hasta los ciento cincuenta más o menos, y si te mato ahora no voy a llegar a viejo. Supongo que los veinte años que nos separan no te habrán hecho cambiar de opinión al respecto. Bah, ahora que lo pienso, en estos veinte años seguro cambiaste/cambié de opinión, si no no hubieras venido a tu pasado (mi presente) a matarme, muriendo más joven de lo que realmente sos. Extraña y paradójica forma de suicidarse pero, bueno, cosas más extrañas y paradójicas se ven todos los días y ya nada nos sorprende.

Sí, ya sé, también es paradójico que yo diga que no te quiero matar cuando unas oraciones antes dije que ya te maté. En realidad yo, el yo del presente, no quiere que el yo de mi pasado, de nuestro pasado, te mate a vos, el yo del futuro. Ese es el propósito de esta carta, evitar algo que yo hice (matarte) a causa de algo que vos hiciste (venir al presente a querer matarme).

Sí, sí, ya sé, todo esto es complicado, los viajes en el tiempo complicaron todo. O lo van a complicar, porque recién van a ser posibles dentro de diecisiete años. O eso creo, porque vos no me dijiste nada sobre el futuro. No me dijiste nada sobre nada, punto. Apenas hablamos, y lo poco que hablamos fueron trivialidades, charla insustancial entre dos personas que trabajan en dos áreas diferentes de una fábrica de bioides.

De hecho, tu aparente indiferencia hacia mí me hizo dudar por mucho tiempo que vos fueras yo del futuro. Eso y tu cambio de género. Ya que estamos en el tema, ¿había necesidad? Y si la había, ¿tenías que convertirte en ambi? Porque trans o herma lo entendería, uno siempre tiene fantasías ocultas, pero, ¿ambi? ¡Justamente yo, que odio las indefiniciones! Evidentemente algo te/me cambió/va a cambiar en los últimos/próximos veinte años, y lo va a ser de una manera espectacular porque, te lo juro, si hay dos personas que son el día y la noche somos vos y yo, y eso que somos la misma persona.

Por eso te cuento lo que pasó, por más que la lógica diga que deberías recordarlo porque mi presente es tu pasado. Si de todos modos te acordás, disculpame. Y mal no te va a venir mi relato, puede ser un ayudamemoria para que refresques cosas que, desde tu punto de vista, pasaron hace mucho tiempo. Ya sé que dicen que veinte años no es nada pero puede ser mucho, a juzgar por los cambios radicales que sufriste/sufriré en ese lapso.

Todo empezó el pasado septiembre cuando Alejandro me dijo:

–¿Viste a lɒ nuevɒ de Golden Retrievers?

–No. Y no me interesan lɒs ambi– gruñí. Estaba harto de que Alejandro me quisiera convencer de probar todas las opciones de la pansexualidad. Vos sabés lo pervertido que es/era. Si es que lo recordás, claro, Alejandro Bertoni, uno flaco con cara de comadreja que se sentaba en el escritorio al lado mío/tuyo en Pekineses. ¿Porque te acordás que trabajábamos en la sección canoides, no?

–Es una pena que seas tan prejuicioso. Carmelɒ es muy simpáticɒ. Deberías conocerlɒ.

Y si hubiera sido por mí la cosa tal vez habría terminado allí, pero un par de días después, a la hora del almuerzo, vino Samira trayéndote a la rastra hasta nuestra mesa y no tuve más remedio que interactuar con vos.

Esa vez no me di cuenta de que eras yo del futuro. Me llevó un buen tiempo, un par de meses, tal vez un poco más, tomar conciencia, notar los pequeños, casi imperceptibles, signos que delataban que no eras quien decías ser. Y más tiempo descubrir que quien no decías ser era yo. Y mucho más tiempo que venías del futuro y que tu intención era matar a la persona que habías sido veinte años atrás.

Mal que me pese, tuve que admitir que Alejandro tenía razón, eras muy simpáticɒ. Lo que apoya mi sospecha de que algo te/me pasó en los próximos veinte años porque si hay algo de lo que carezco es de simpatía. La verdad es que no sé por qué la gente me soporta siendo tan antipático y malhumorado pero, evidentemente, hay más masoquistas de lo que imagino. Por el contrario, tu simpatía era tan grande que incluso a mí, que no soporto a nadie, me caíste bien.

Y fue esa simpatía la que me impidió no ver inmediatamente los signos de que vos eras yo. Después, en retrospectiva, se me hizo evidente de que ya en esa primera conversación vos habías insinuado con muy poca sutileza tu verdadera identidad. No sé si recordarás, pero Alejandro estaba coqueteando con vos y te preguntó de dónde eras.

–De Costalmar, en Rubigalia– dijiste.

–¿Sabías que siempre soñé con vivir alguna vez en Costalmar?– comenté y vos respondiste:

–Sí. Mucha gente sueña con vivir en Costalmar.

“Sí” dijiste. Dijiste “sí” a mi pregunta si sabías que yo soñaba con vivir alguna vez en Costalmar. Sí sabías. ¿Cómo era posible que supieras eso si recién nos conocíamos, eh? La única explicación lógica es que vos sos yo. Pero en ese momento no me di cuenta, en ese momento me pareció solo una respuesta de lɒ nuevɒ de Golden Retrievers, nada más.

Después ese día no dijiste nada que diera indicios de tu verdadera identidad. Pasaron varios días hasta que te escuché hablando en el pasillo con Nuanquing. Sobre las mascotas bioides que fabricábamos, supongo:

–… do es por qué tenemos que limitarnos a replicar y copiar, en lugar de crear nuevas.

–Quizás la gente lo prefiere así– respondió Nuanquing.

–Quizás. Pero ya va a llegar el día en que dejen de querer que imitemos las viejas especies. Vas a ver…

–¿Segurɒ?

–¡Segurísimɒ!

También esto me pasó desapercibido al principio, aunque era obvio que estabas usando tu conocimiento del futuro a tu favor en una conversación. ¿De qué otro modo podrías saber cuáles van a ser las preferencias de los clientes en el futuro si no es que sos unɒ viajerɒ temporal?

Más tarde volviste a predecir el futuro cuando rechazaste la invitación de Alejandro de ir juntos un fin de semana a Forcadas porque “va a llover todo el tiempo”. Y pese a que el Servicio Meteorológico decía lo contrario, efectivamente ese fin de semana llovió, y cómo llovió. El río en Forcadas creció tanto que tuvieron que evacuar a los pobladores y turistas. Es obvio que vos sabías todo esto porque recordabas el desastre ocurrido y no querías estar entre las víctimas.

O como la vez en que yo me quejaba de haber ido justo a comer a O'Connell y en la ensalada haber encontrado un gusano vivo y vos dijiste “A mí una vez me pasó lo mismo”.

A vos una vez te pasó lo mismo. Te pasó lo mismo que a mí. Y te pasó una vez, en algún momento de tu pasado. ¿Qué mejor evidencia de que vos eras yo del futuro?

Creo que en ese momento fue cuando me cayeron todas las fichas. Bueno, no todas, porque aún no sabía que habías regresado en el tiempo para matarme. Pero sí ya no tenía más dudas de tu identidad.

Por eso empecé a forzar las cosas para cruzarnos y conversar en el trabajo. Y se nota que recordabas que lo habías hecho cuando habías sido yo porque se te veía incómodɒ. Evidentemente te habías dado cuenta de que te había descubiertɒ y evitabas mi presencia. Lo que yo no me esperaba es que me ibas a denunciar por acoso a Ezcurra. La verdad, no sé qué te habrá pasado en estos veinte años, porque si hay algo que yo no soy es ser buchón. ¿Por qué ir a contarle a nuestro jefe de que yo te ponía nerviosɒ con mi insistencia en saber cosas sobre vos, que me inventaba excusas ridículas para aparecerme por Golden Retrievers, que siempre me sentaba a tu lado en tu mesa en el comedor de la fábrica, sin importar que tal vez no hubiera una silla libre? La verdad es que no entiendo tanta traición, tanta cobardía… Bah, en realidad la entiendo, te sabías en evidencia, sabías que tu plan estaba a punto de fracasar y tenías que hacer algo. Pero, ¡buchonear! ¡Por favor!

Y encima después lo pusiste a Alejandro en mi contra. No sé qué le habrás dicho de mí, pero seguro aprovechaste que el pervertido estaba hasta las orejas con vos desde que se pusiste de noviɒ con él, le llenaste la cabeza y una tarde terminamos a las piñas. Yo me quedé sin trabajo y a él lo degradaron a Hamsters, todo por tu culpa y tus intrigas de ambi.

Pero eso no me frenó, no señoritɒ. Yo no me iba a dar por vencido así tan fácil. Vos sabés que la tenacidad es mi virtud, y tal vez también sea la tuya, a menos que estos veinte años te hayan cambiado tanto que ni siquiera en eso nos parecemos. Es más, gracias a estar desempleado pude ingeniármelas para meterme unas cuantas veces en tu departamento cuando estabas trabajando. Debo felicitarte lo bien que mantenías tu fachada porque realmente me costó encontrar evidencia que te incriminara. De hecho, no la hubiera encontrado en lo absoluto si no fuera porque un día casi me descubrís dentro. Tal vez no lo recuerdes, pero te habías sentido mal en mitad del laburo y te pediste el resto del día libre. Por suerte tuve los reflejos para esconderme en la parte de arriba del placard y meterme en el compartimento secreto que ahí tenías. Lo que no sé es para qué lo tenías si no habías guardado nada secreto allí. A menos que tu secreto fueran unas cuantas cucarachas muertas y mucho polvo. No importa, la cosa es que descubrí el compartimento secreto que habías ocultado detrás del tabique que, supuestamente, era la pared y que ahí me quedé, esperando.

Lo malo es que en el apuro no pude acomodar las cosas como las otras veces y te diste cuenta de que alguien había entrado a tu casa. Desde mi escondite escuchaba… oía, bah, porque escuchar era difícil, cómo la policía iba y venía por tu casa, tomándote declaración o esas cosas que hace la policía cuando alguien denuncia invasión de morada. Raro que no le dijiste a los policías que miraran en el compartimento secreto del placard. No cabe duda de que no querías que ellos supieran de su existencia porque, evidentemente, se iban a dar cuenta de tu plan de matarme y te iban a meter en cana.

No sé cuánto tiempo pasé metido allí porque me había dormitado un poco, además de que a oscuras y en un espacio limitado la percepción del tiempo se altera. Pero me despertó tu voz en el teléfono. Estabas muy alteradɒ y hablabas a los gritos. No entendí muy bien la mayoría de lo que decías pero te escuché clarito clarito exclamar:
–¡Lo voy a matar! ¡Te juro que lo mato!

Y ahí me cayó la última ficha. Estabas confesando a viva voz tu plan: Ibas a matarme. Sabías que era yo el intruso e ibas a matarme.

Lo que no sabías, o no recordabas, porque veinte años es mucho tiempo, es que yo estaba escondido en el compartimento secreto del placard. Si no, te hubiera sido facilísimo hacerlo. El tabique no era grueso y las balas lo hubieran atravesado sin problemas. O sacar el tabique y aprovechar mi sorpresa y mi encandilamiento tras el encierro partiéndome el cráneo con un hacha. O lo que sea. Yo estaba en una posición muy vulnerable en mi escondrijo y deberías haberla aprovechado.

Pero no lo hiciste y yo seguí esperando. Cuando el silencio me dio el indicio de que estabas dormidɒ salí, con mucho sigilo. Allí estabas, despatarradɒ en la cama, con la boca abierta, babeando como unɒ cochinɒ. Ya me había enterado por Roxio que ya no salías más con Alejandro, así que no me sorprendió verte durmiendo solɒ. No, no te preocupes, Roxio no me vino con el chisme. Se lo escuché decírselo a Olga en el baño de Lo de Toribio. ¿Te acordás de Lo de Toribio, verdad? ¿El bar de la esquina de la fábrica? Yo iba a veces allí, para verte entrar y salir, y en bastantes ocasiones me escondía en el baño, esperando que entres y escuchar alguna infidencia de tu boca, algún indicio de tu plan. ¡Quién hubiera dicho que sería que me iba a enterar en tu casa por culpa de una diarrea tuya!

Como sea, ahí estabas, tiradɒ en la cama, profundamente dormidɒ, casi con seguridad a causa de los somníferos que estaban en tu mesa de luz y yo vi que era mi única oportunidad de salvar mi vida, matándote.

Luchaste un poco y yo me llevé un tremendo arañón en la cara, pero el factor sorpresa me dio la ventaja y al rato ya estabas completamente asfixidɒ bajo la almohada. Por las dudas, te rematé dándote tres o cuatro mamporros en la cabeza con una lámpara de bronce que tenías en el living. Tal vez no la recuerdes porque para vos todavía eso no pasó, todavía no viajaste al pasado y te compraste ese adefesio, pero te digo que era una cosa pesada, dura, horrible, llena de salientes y elementos en relieves y quedaste a la miseria, todɒ desfiguradɒ.

No me preocupé mucho por la evidencia forense. Al fin y al cabo, pensé, las huellas en la lámpara y el ADN de los restos de piel bajo tus uñas van a ser los tuyos. Después me di cuenta de que tus huellas también estaban registradas a mi nombre y la policía iba a sospechar, si no de mí, de que algo raro estaba pasando. Y si entraban a mi casa, lo que probablemente han hecho, y tomaban muestras de mi ADN, lo que también probablemente han hecho, la cosa se iba a complicar y mucho. Dudo que las pequeñas mentes de los policías pudiesen comprender la situación de que vos eras yo del futuro, que habías venido a matarme y que yo te quité la vida en defensa propia. Demasiadas paradojas y sutilezas para cerebros con tan poco uso.

Ahora te escribo desde mi escondite en Costalmar. Voy a tratar de mantener perfil bajo por unos cuantos años, total hay tiempo hasta que te subas a la máquina del tiempo o lo que sea que te permitió viajar al pasado. Pero, pongámosle, en unos quince años voy a salir a buscarte por Costalmar y, en cuanto te ubique, dejarte esta carta en el buzón de tu casa. Ese día es hoy, el día en que estás leyendo esta carta, y que estés leyéndola confirma todas mis suposiciones.
Así que te pido por favor, ya que vos y yo somos la misma persona, que no vengas a matarme, así yo no tengo que matarte y pasarme quince años escondido en Costalmar, cuando podría estar disfrutando de esa ciudad tan bonita.

Gracias.

Ernesto. O sea, vos, pero del pasado.


Saurio nació en el barrio de Palermo en 1965 y es uno de los responsables de La idea fija. Principalmente es escritor, pero también pintor, monologuista, historietista, músico, comunicólogo, redactor publicitario, diseñador gráfico, webmaster, traductor, periodista cultural y habilidoso genérico en cualquier cosa que requiera mucho trabajo intelectual y nulo esfuerzo físico. Además de La Idea Fija, mantiene un blog escéptico-literario llamado Las Armas del Reino II y dibuja y guiona el webcomic Cartoneros del espacio.